Cohetes, los justos

Publicado en el Diari de Tarragona el 5 de junio de 2016


Este jueves el Ministerio de Empleo ha anunciado a bombo y platillo las cifras de desempleo correspondientes al pasado mes de mayo. Según los datos aportados por el departamento comandado por Fátima Báñez, el número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo descendió el pasado mes en casi ciento veinte mil trabajadores. Se ha logrado así que la cifra total de inscritos en el antiguo Inem baje de los cuatro millones de desocupados, un guarismo que no se alcanzaba desde agosto de 2010.

Si tomamos el dato aisladamente, nos encontramos ante una noticia indiscutiblemente positiva. Siempre resulta esperanzador que aumente el número de ciudadanos que cada mes pueden llevar una nómina a sus hogares. Sin embargo, como ocurre casi siempre con las estadísticas ofrecidas por quien tiene interés específico en que causen un efecto mediático concreto, sería ingenuo conformarse con el simple titular difundido por el gobierno (especialmente en vísperas electorales). Acierta el ministro Margallo cuando señala que sólo los necios cuestionan la realidad, pero también debe reconocer que una verdad a medias suele convertirse en la peor de las mentiras. Convendría, por tanto, completar estas informaciones para matizar la propaganda monclovita.

En primer lugar, resulta imprescindible recordar que mayo es siempre un mes positivo para el empleo, incluso en los años de mayor devastación laboral. De hecho, en las últimas dos décadas (que incluyen la mayor crisis económica occidental desde la Gran Depresión de 1929) sólo hubo un año en que las cifras de empleo de este mes arrojaron un saldo negativo. Esta tendencia es consustancial a una economía significativamente estacionalizada como la española (casi la mitad de los nuevos afiliados corresponden al sector de la hostelería), siguiendo un patrón anual imperturbable que origina grandes cantidades de empleo en primavera y verano que luego se esfuman en otoño e invierno.

Por otro lado, desde un punto de vista analítico, conviene tener en cuenta que la evolución temporal de las variables macroeconómicas suele resultar habitualmente más significativa que un dato puntual observado de forma estática. En este sentido, leyendo pormenorizadamente las cifras de mayo, podemos confirmar que España está consolidando una preocupante tendencia a generar puestos de trabajo de forma cada vez más modesta. Para que nos hagamos una idea del desplome que está sufriendo nuestra capacidad de creación de empleo, pensemos que el ritmo al que aumentaba el número de afiliados en mayo del año pasado era un 40% superior al actual, un dato ciertamente inquietante.

Sin embargo, en mi opinión, el factor clave que debería cuestionar la euforia que se ha desatado en los medios progubernamentales durante los últimos tiempos es la actual imposibilidad de establecer honestamente un paralelismo automático entre un mayor número de contratados y una mejoría global del empleo. En la mayoría de contextos, lo lógico y razonable es identificar el aumento de cotizantes con una gestión laboral exitosa, pero en la actual idiosincrasia esto no es necesariamente así. Y me explico.

Para comprender la transformación que está sufriendo nuestro mercado laboral deberíamos tener en cuenta una serie de datos relevantes. Según las cifras oficiales, el 91% de los contratos de este último mes eran de carácter temporal, y un tercio del total se firmaron a tiempo parcial. Paralelamente, según el último estudio de Cáritas, durante los últimos años nuestras familias han perdido de media un 10% de sus ingresos habituales, y la presunta reactivación económica no está evitando que el índice de pobreza en España avance un 9% anual. El único modo de conciliar los triunfalistas datos de Moncloa con esta penosa realidad es asumir que no estamos recuperando empleo sino precarizándolo por rotación. Quizás un ejemplo sencillo nos ayude a visualizar este fenómeno.

Imaginemos que hace un año una familia media de cuatro miembros tenía a los progenitores y al hijo mayor trabajando a tiempo completo, con un contrato estable, y cobrando entre los tres algo más de cinco mil euros brutos mensuales, mientras el vástago menor aún no había encontrado empleo. Como resultado de la crisis, las facilidades para el despido de la última reforma laboral y la tendencia precarizadora de las nuevas contrataciones, un año después el padre es reponedor por horas en un supermercado, la madre trabaja los fines de semana en un bar, y ambos hijos reparten pizzas con una moto, ingresando toda la familia tres mil euros al mes conjuntamente. Cualquier observador externo concluiría que este hogar se ha derrumbado económica y laboralmente. Sin embargo, para Mariano Rajoy este caso demostraría lo eficaces que son sus medidas para reducir el desempleo, pues en cómputo interanual se habría aumentado el número de ocupados un 25%: antes trabajaban tres y ahora cuatro. Y por ello piensa seguir aplicando las mismas políticas si vuelve a ganar el próximo 26 de junio.

El ejemplo es extremo a efectos ilustrativos, obviamente, pero demuestra el escaso valor de una tasa de empleo descontextualizada. El mencionado informe de Cáritas concluye que la actual recuperación está dejando a su paso un país de dos velocidades, con una enorme bolsa de trabajadores infrarremunerados e inestables que apenas pueden sobrevivir teniendo en cuenta los parámetros habituales de los nuevos contratos. Si el gobierno desea ofrecernos una estadística que refleje fielmente la situación real de nuestro mercado de trabajo, debería añadir a la tasa de desempleo otras dos cifras en sus optimistas ruedas de prensa: la evolución en el número total de horas trabajadas en España, y la progresión en el salario medio recibido por cada una de ellas. Mientras no lo haga, tomaremos sus triunfalistas anuncios de recuperación laboral como meros fuegos de artificio electoral.

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