El silencio de Duisburgo

Publicado en el Diari de Tarragona el 17 de abril de 2016


Más de un millón de jóvenes acudieron aquel año al festival de música electrónica creado décadas atrás por el DJ techno Matthias Roeingh. Aunque las primeras ediciones se celebraron siempre en Berlín, con el paso del tiempo los organizadores decidieron abrir el evento al resto del mundo: San Francisco, Acapulco, Sidney, Caracas, Leeds, Buenos Aires… En 2010 la megafiesta rave se trasladó a la ciudad alemana de Duisburgo, situada en la confluencia de los ríos Rin y Ruhr. La Love Parade de aquel año, celebraba bajo el lema The Art of Love, volvía a su país de origen.

Aquella iba a ser una jornada de alegría, música y diversión. Lamentablemente, no lo fue. El recorrido que conducía a los asistentes desde la estación de tren hasta el lugar del concierto atravesaba un estrecho túnel sin ninguna salida de emergencia para aquella marea humana. Una ratonera. Luego llegaron los empujones, las caídas, los gritos, las avalanchas, el pánico, la asfixia, la tragedia… Veintiún jóvenes perdieron la vida en aquel túnel, y centenares de heridos fueron trasladados a los hospitales cercanos. Las víctimas mortales procedían de diferentes países (Alemania, Italia, Holanda, China…) y entre ellas se encontraban dos estudiantes de Tarragona cuyo recuerdo sigue muy presente entre nosotros: Clara Zapater y Marta Acosta.

La noticia causó un fuerte impacto en todo el continente, y muy especialmente en la propia Alemania. Las condolencias no dejaron de sucederse, empezando por la propia canciller Angela Merkel: "estoy conmocionada y triste ante tanto sufrimiento". Era el momento del dolor y del pésame. El mal ya estaba hecho y nadie nos devolvería a los fallecidos. Sin embargo, tras el duelo inicial, debía iniciarse una nueva etapa para perseguir un objetivo más ambicioso que la mera solidaridad afectiva, pues la respuesta de las autoridades no podía limitarse a un simple mensaje de cariño. Era la hora de la justicia.

La fiscalía alemana se puso manos a la obra, analizando las posibles responsabilidades en que pudieron incurrir los implicados en la organización y supervisión del evento. Fueron seis años acumulando información sobre lo sucedido, hasta que la pasada semana la Audiencia Provincial de Duisburgo anunció su decisión de archivar el expediente. Según la justicia germana no existen indicios suficientes para sustentar una causa penal contra los responsables del festival ni contra las autoridades que debían velar por el correcto diseño y desarrollo del mismo. Dicho crudamente, el tribunal sostiene que no tiene nada que decir sobre lo sucedido, un mazazo que ha dejado conmocionados a los familiares y amigos de los fallecidos

Como acertadamente ha señalado Paco Zapater, padre de una de las víctimas, no es difícil encontrar paralelismos entre la tragedia del Love Parade y el más reciente drama del Madrid Arena, una fiesta multitudinaria que también concluyó de forma catastrófica por una lamentable organización privada y un pésimo control público. Lo relevante de la comparación es que los responsables del desastre madrileño (acaecido dos años después del concierto de Duisburgo) se enfrentan ya a elevadas penas de prisión en el juicio que se inició el pasado mes de enero, mientras que los presuntos culpables de la tragedia alemana puede que ni siquiera tengan que sentarse en un banquillo.

Si confrontamos ambos casos, es inevitable replantearse ese íntimo complejo que los mediterráneos hemos interiorizado bajo el mito del supremacismo germánico. Cuando algo se hace mal en el sur de Europa, a todos nos falta tiempo (a mí el primero) para fustigarnos por nuestra falta de rigor y previsión. Sin embargo, si este mismo suceso acontece en un país del norte, damos por hecho que ha debido concurrir algún factor extraordinario para que algo así les ocurra a nuestros perfectos y septentrionales vecinos. Por mucho que lo neguemos, seguimos conservando un pequeño Alfredo Landa sobre el hombro que nos repite incansablemente que ellos son mejores, una tesis que nos resulta comprobada, incuestionable y crónica. Pues parece que no es así, al menos en esta ocasión, pues no sólo ha quedado evidenciado que en Alemania cometen los mismos errores que nosotros en la organización de un evento multitudinario, sino que además nuestra justicia ha demostrado ser mucho más rápida y diligente que la suya.

Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados ante el manifiesto agravio que pretende cometerse contra las víctimas del Love Parade y sus familias. La fiscalía y la acusación particular han interpuesto un recurso de apelación ante la Audiencia Territorial de Düsseldorf solicitando la revocación del insólito archivo de la causa. Por su parte, los familiares de los fallecidos han iniciado una recogida de firmas con el mismo objetivo a través de la web change.org. Más de cincuenta mil personas hemos firmado este manifiesto en apenas cinco días, y el objetivo es llegar a las doscientas mil a lo largo de la próxima semana. Al igual que la presión popular logró reabrir el juicio sobre el accidente del metro de Valencia, quizás sea ese mismo clamor social el que reactive el proceso de Duisburgo.

Ha llegado el momento de arrimar el hombro para evitar que este drama sea silenciado con la complicidad de los tribunales. Lo que se persigue no es la venganza, sino la protección efectiva que los órganos jurisdiccionales deben dispensar a la ciudadanía. Porque el enjuiciamiento de estos hechos no sólo constituye un deber hacia las víctimas y sus familias, sino también hacia todos aquellos que algún día deseen participar en un evento masivo sin poner sus vidas en peligro. No hay nada que anime más a los delincuentes que la impunidad de sus predecesores. En ese sentido, el enjuiciamiento de los responsables será la mejor medida para prevenir la repetición de nuevas tragedias.

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