Moneda de cambio

Publicado en el Diari de Tarragona el 11 de octubre de 2015


Los principales representantes de las CUP ofrecieron el pasado jueves una conferencia coral en la Universitat Pompeu Fabra sobre la negociación que fijará el rumbo de la nueva legislatura. No hubo sorpresas. Se podrán criticar muchos aspectos de esta singular formación política, pero habrá que reconocer que son sinceros y coherentes. Su planteamiento global puede resumirse en tres ejes básicos que marcarán el futuro de las conversaciones con Junts pel Sí.

En primer lugar, revolución legal. El proceso hacia la independencia tendrá que pasar de la retórica a los hechos, pues el objetivo de las CUP no es pactar un nuevo gobierno autonómico sino convertir el Parlament en una cámara constituyente que comience a edificar la república catalana. El marco vigente dejará de tener relevancia, por lo que proponen ningunear abiertamente algunas normas estatales como la ley del aborto o la LOMCE, así como las sentencias del Tribunal Constitucional. En ese sentido, los dirigentes cupaires reclaman gestos claros e irreversibles de ruptura unilateral con España antes de votar al nuevo President.

Por otro lado, revolución social. Las CUP exigen un plan de choque inmediato para el rescate de las clases económicamente vulnerables, al considerar que el nacimiento del nuevo estado independiente debe venir indisociablemente unido a la implantación de un modelo social de corte estatalista. No en vano, su principal representante en las negociaciones para formar el nuevo Govern será Josep Manel Busqueta, quien se hizo popular hace una década como uno de los principales impulsores de los planes expropiadores de Hugo Chavez cuando fue asesor del gobierno bolivariano.

En tercer y último lugar, revolución política. La comparecencia dejó negro sobre blanco que las CUP no piensan consolidar el personalismo que ha caracterizado últimamente el proceso de independencia, al menos con su actual protagonista al frente. Resultaron sintomáticos los gritos de “Romeva President” que los asistentes dedicaron al dirigente de JxS cuando hizo acto de presencia en la sala, aunque no se hablase de nombres concretos durante la conferencia. Tampoco hacía falta. El compromiso electoral más explícito y reiterado de las CUP a lo largo de toda su campaña fue no votar la reelección del actual President de la Generalitat. De hecho, la misma noche del jueves, el propio Busqueta volvió a dejar meridianamente claro en TV3 que jamás votarán a favor de la investidura de Artur Mas en el Parlament.

Pese a todo, la cúpula de CDC no se da por vencida e insiste en considerar innegociable la presidencia de Mas, pese a haber repetido hasta la náusea que el proceso estaba por encima de las personas y no al revés. Es comprensible que a los convergentes se les haga muy cuesta arriba haberse metido en este jardín (hundimiento electoral del partido, comicios anticipados, ruptura con Unió, fusión electoral con ERC, etc.) para terminar viendo a su líder abandonado en una cuneta a las primeras de cambio. Su propio portavoz en el Parlament, Jordi Turull, hacía de tripas corazón en un plató de 8TV nada más acabar la comparecencia, afirmando contra toda lógica que valoraba “muy positivamente” el discurso de las CUP. Su lenguaje no verbal era incapaz de ocultar que la procesión iba por dentro.

La gran pregunta que nos hacemos hoy muchos catalanes es inevitable: ¿qué está dispuesto a aceptar CDC para salvar la carrera política de Artur Mas? Las CUP son una formación anticapitalista y revolucionaria que apuesta por la salida de la Unión Europea y de la OTAN, por abandonar el Euro, por acabar con la educación concertada, por el impago de la parte proporcional de la deuda pública española, por la nacionalización de sectores clave… En resumen, un mosaico de propuestas en las antípodas de los principios inspiradores de CDC. De hecho, no es difícil encontrarse con insignes votantes convergentes que –en privado- manifiestan su pavor ante la posibilidad de formalizar un pacto de gobierno con las CUP. No se trata sólo de cuestiones meramente ideológicas con las que se puede estar más o menos de acuerdo, sino también de los efectos prácticos que pueden acabar impactando en nuestras vidas de forma contundente.

Pensemos, por ejemplo, en las exigencias cupaires de dinamitar el macrocomplejo turístico proyectado en el entorno de Portaventura, que cuenta con un amplísimo respaldo local a nivel político y social, y que fue calificado por el propio Artur Mas como “una oportunidad de oro para Tarragona”. Recordemos su discurso en el solemne acto celebrado en el Pretori: “este proyecto generará actividad económica y permitirá que haya trabajo para la gente, que es lo que nos preocupa". Será interesante comprobar si CDC prioriza el futuro de quienes esperan esta inversión como agua de mayo para volver a trabajar, o si condena esta iniciativa vital para miles de tarraconenses con el único objetivo de asegurarse el Palau de la Generalitat en Barcelona. ¿Volverán a ser los ciudadanos, una vez más, moneda de cambio en los juegos de despacho?

Artur Mas conquistó la confianza de cientos de miles de catalanes en el año 2010 porque venía, según su propia expresión, a devolver el rigor y la estabilidad institucional a la política catalana. Cinco años después la ingobernabilidad se ha adueñado del Parlament, obligando al sector independentista a forzar acuerdos imposibles para mantener vivo su proyecto, mientras la otra mitad de catalanes asiste al espectáculo entre la incredulidad y la desesperación. Un gobierno eficaz no puede forjarse sobre un único punto en común del programa. Como dijo Émile Auguste Chartier, no hay nada más peligroso que una idea cuando sólo se tiene una.

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