A vueltas con la religión

Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de octubre de 2015


El partido socialista ha presentado esta semana varias propuestas encaminadas a reforzar la laicidad del estado, todas ellas incluidas en el borrador de su nuevo programa electoral. Pedro Sánchez se propone romper unilateralmente los tratados con la Santa Sede y muestra su intención de convertir el hecho religioso en un fenómeno enclaustrado en el ámbito estrictamente privado: imposibilidad de jurar cargos públicos sobre la Biblia, supresión de la mención a la Iglesia en la Constitución, abolición de los funerales de estado bajo el rito católico, etc. Sin embargo, la propuesta que más polvareda ha levantado ha sido la prohibición de impartir la asignatura de religión en los colegios, ya sean éstos públicos, privados o concertados.

Comparto personalmente la idea de que la educación reglada que se imparte en los colegios debe tener como fin fundamental la transmisión de conocimientos objetivos a nuestros hijos, no la inculcación de las creencias particulares de cada familia. En ese sentido, parece lógico que la enseñanza confesional de una religión concreta quede fuera del currículo oficial ofertado por el sistema público. El hecho de que la inmensa mayoría de ciudadanos de este país nos declaremos católicos ha provocado históricamente que se asuma como normal que el ámbito educativo haya sido el entorno tradicional para la transmisión de la religión, cuando probablemente habría sido más procedente que esta labor se ejerciera en los centros de culto de cada confesión. Quizás analizaríamos la cuestión con más objetividad si adoptásemos cierta distancia emocional con el asunto. ¿Asumiríamos con tanta naturalidad, por ejemplo, que se pagase con nuestros impuestos a un imán para que enseñase las suras del Corán a los alumnos musulmanes de un colegio público?

Sin embargo, el planteamiento lanzado esta semana por el PSOE no se limita a cuestionar el deber público de ofrecer la asignatura de religión católica a quien lo desee, sino que va mucho más allá, expulsando el fenómeno religioso de las aulas y prohibiendo incluso a los centros privados que mantengan la tradicional asignatura de religión. Es ahí donde la medida abandona el terreno de la razonabilidad pedagógica para evidenciar un tufo descaradamente antirreligioso. En ese sentido, a nadie se le escapa el afán electoralista de una medida que escarba en las viejas obsesiones anticlericales de la izquierda más sectaria, probablemente por el temor de Ferraz a que un buen puñado de votos socialistas acaben en manos de Podemos. El partido de Pablo Iglesias no vive sus mejores momentos, pero es probable que Pedro Sánchez se juegue en este caladero electoral las posibilidades de llegar a la Moncloa. Son tres, a mi modo de ver, las objeciones que pueden reprocharse a la propuesta planteada.

Para empezar, analizando la cuestión desde una perspectiva genérica, llama la atención que la respuesta socialista a la enseñanza confesional de la religión sea el destierro absoluto de esta realidad de las aulas, incluso desde una óptica estrictamente histórica, filosófica o cultural. Insignes ateos de alta talla intelectual llevan años denunciando públicamente la alarmante ignorancia de las nuevas generaciones sobre este aspecto esencial de nuestra realidad colectiva, una laguna académica que impide la correcta comprensión de nuestra civilización, de nuestro pasado, de nuestro arte… La aconfesionalidad constitucional no obliga a recluir las creencias en las catacumbas de la invisibilidad, sino a defender que el estado no debe tomar partido por ninguna confesión concreta, una acertada previsión legal perfectamente compatible con la enseñanza imparcial del hecho religioso en un colegio público. Convertir la religión en un tabú no es una medida pedagógica sino una estrategia ideológica. No hemos nacido ayer.

En segundo lugar, dejando por un momento al margen la enseñanza pública para centrarnos en la privada y la concertada, en nuestro país resulta estadísticamente palmario que la inmensa mayoría de estas iniciativas escolares tienen su fundamento en el deseo de ofrecer una educación cristiana a las familias que así lo prefieran. La existencia de estos centros es un activo clarísimo para el sistema educativo, pues entre otros beneficios consigue ahorrar a las arcas públicas más de 10.000 MEUR al año (el estado paga de media por cada estudiante concertado 2.349 euros anuales, por los 7.681 que cuesta cada alumno en un centro público). De forma incomprensible, el programa socialista ha decidido embestir contra la autonomía de estos colegios, imponiendo un modelo laicista que supone una injerencia abusiva del estado en uno de los pocos reductos de libertad que aún nos quedan a los padres, una torpeza que cuestiona incluso la legislación educativa de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. El control ideológico de las futuras generaciones es una tentación irrefrenable para algunos políticos, y precisamente por ello la libertad de enseñanza es un principio que debe defenderse con contudencia.

Por último, sorprende también la escala de preocupaciones de los socialistas en este ámbito. España es el país europeo con la tasa más alta de fracaso escolar (por encima del 20%), con unos niveles paupérrimos en el dominio de lenguas extranjeras, con enormes carencias en el ámbito de las humanidades… Aun así, lo que obsesiona a Pedro Sánchez es la asignatura de religión, una materia que ni siquiera se evalúa en las pruebas de fin de ciclo. Si el PSOE desea realmente trabajar por la excelencia educativa deberá abandonar las ocurrencias sobre presuntos problemas que no preocupan a casi nadie, y proponer medidas verdaderamente eficaces de carácter académico que puedan ser asumidas por la gran mayoría del arco parlamentario. Mientras el sectarismo siga primando sobre el acuerdo, nuestra política educativa carecerá de continuidad y caminará dando tumbos como hasta ahora. Muy deficiente.

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