No hay brecha

Publicado en el Diari de Tarragona el 21 de septiembre de 2014


El pasado miércoles un grupo de articulistas del Diari fuimos magníficamente acogidos en casa de Daniel Vila-Robert para comentar la actualidad alrededor de una buena mesa, que es la mejor de las maneras de comentar la actualidad. Fue uno de esos encuentros en los que uno puede disfrutar de la compañía de unos contertulios excepcionales, además de aprender de su dilatada experiencia y enciclopédica sabiduría (de las que algunos carecemos por completo).

La idea inicial, aprovechando el reciente viaje de Martín Garrido a Nagorno Karabaj, era analizar la actual situación de este enclave armenio en Azerbaiyán, independizado de facto desde 1991. Sin embargo, la tertulia terminó centrada en la posible partición del Reino Unido, siendo como era la víspera del referéndum escocés. Incluso acordamos una apuesta, ya en los cafés, sobre los porcentajes de voto que resultarían del escrutinio final (una porra, vaya) que fue fielmente documentada gracias a la presencia de un notario entre nosotros. Y lo siento, queridos amigos, pero me debéis entre todos una botella de whisky escocés.

La noche del jueves las urnas se cerraron y la historia comenzó a escribirse contando papeletas. El pragmatismo venció al romanticismo, cerebro contra corazón, y los escoceses decidieron seguir siendo británicos por un amplio margen de votos. Cameron ampliará las competencias de Edimburgo y la secesión quedará aparcada durante décadas. Como había afirmado el propio Alex Salmond, este tipo de iniciativas deben plantearse como máximo una vez en cada generación.

La votación fue seguida con mucho interés por los independentistas catalanes, inmersos también en un proyecto similar, aunque los escoceses disfrutaban de dos grandes ventajas comparativas: una de carácter histórico (intentaban segregar lo que ya en el pasado había sido un reino independiente) y otra, mucho más importante, de tipo jurídico-político (contaban con un soporte legal incuestionable gracias al visto bueno de Londres). La esperanza de CDC y ERC era que los escoceses abrieran brecha por una ruta hasta ahora inexplorada en el seno de la Unión Europea, como los alpinistas que descubren una nueva vía para alcanzar la cima y que permite al resto de montañistas seguir sus huellas por un camino seguro y ya transitado. Finalmente la expedición escocesa ha vuelto al campo base antes de coronar la cima, su líder ha dimitido tras el fracaso, y el secesionismo catalán deberá lanzarse solo a la aventura si desea hacer cumbre, con los riesgos que comporta atacar la montaña por un desfiladero desconocido.

El cartucho escocés se ha quemado y nuestro independentismo no tendrá su ansiado precedente en la UE, un problema que se añade a la falta de clarificación sobre la propuesta teórica que sustenta el proceso: cuando Artur Mas afirma que los catalanes votaremos el 9N caiga quien caiga, parece dejar claro su rechazo al corsé constitucional; pero cuando reconoce que no tiene sentido fundar un estado que no sea reconocido por la comunidad internacional (como Nagorno Karabaj, por cierto) sugiere que no respaldará un procedimiento con una base jurídica discutible. Pura ambigüedad.

Para colmo, el ejemplo escocés ha evidenciado que los líderes políticos y económicos occidentales no ven con buenos ojos la desmembración de los viejos estados europeos. Desde el mundo financiero la respuesta al malogrado intento independentista ha sido demoledora: los mercados sufrieron cuando las encuestas auguraban un triunfo secesionista y se han recuperado al conocer el resultado del referéndum; varias grandes compañías escocesas, como la aseguradora Standard Life, anunciaron que trasladarían sus sedes a Londres si había separación; lo mismo sucedió con los principales bancos escoceses, como el Royal Bank of Scotland o el Lloyds Banking Group… Algo parecido se ha producido en el plano político: las grandes potencias europeas mostraron públicamente su deseo de que Escocia permaneciese en el Reino Unido; también Bruselas respaldó al unionismo británico al declarar oficialmente que Edimburgo debería iniciar desde cero su camino de ingreso en la Unión Europea; incluso el propio Barack Obama plasmó nítidamente su posición en una reciente rueda de prensa: “esperemos que el Reino Unido se mantenga fuerte, robusto, y unido”. Si un proceso absolutamente legal y acordado ha generado semejante recelo, no es difícil imaginar lo que podría suceder internacionalmente si Catalunya se declarara independiente en un choque frontal contra el sistema constitucional español.

Aunque algunos se obstinan en no ver la realidad, el camino hacia la independencia catalana (una aspiración perfectamente legítima, pero no siempre realista) se va estrechando cada vez más. Desde hace dos años se ha optado por una estrategia de colisión directa con Madrid, cuyo único fruto ha sido el encastillamiento del gobierno español. El supuesto plan para internacionalizar el conflicto (la única posibilidad de doblarle el brazo a Rajoy) ha sido un rotundo fracaso, tal y como reconocen los propios dirigentes nacionalistas en privado. Y aun así algunos continúan calentando los ánimos de la población, en una carrera hacia ninguna parte que sólo generará rabia y frustración.

Todo apunta a que en breve volveremos a las urnas para elegir un nuevo Parlament (por tercera vez en cuatro años) en una convocatoria electoral que previsiblemente arrojará una rotunda victoria de ERC. Sería deseable que los ciudadanos tuviésemos clara la hoja de ruta que emprenderá el futuro President Junqueras en cuanto tome posesión de su cargo. ¿Impulsará realmente una declaración unilateral de independencia (con o sin referéndum) que ningún estado occidental esté dispuesto a reconocer? Me temo que nos esperan unos años muy complicados.

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