Convicciones y complejos

Publicado en el Diari de Tarragona el 28 de septiembre de 2014


Tal y como auguraban los rumores en la Villa y Corte, Alberto Ruiz-Gallardón ofreció el pasado martes una rueda de prensa en el Palacio de Parcent para anunciar su dimisión como Ministro de Justicia, como miembro del Comité Ejecutivo del PP y como diputado en el Congreso, un portazo en toda regla que evidenciaba la magnitud de su desencuentro con Mariano Rajoy. Horas antes el Presidente del Gobierno retiraba el anteproyecto de ley del aborto, una marcha atrás comunicada por el propio Rajoy en el Congreso Mundial de Relaciones Públicas. No parece que el inquilino de la Moncloa aprendiera demasiado en esas jornadas, haciendo caer semejante bomba política de un modo inusualmente informal y en una semana clave para el proceso soberanista catalán. Parece que el líder del PP, al que algunos ya denominan Mariano Rajao, fue prevenido de que el antiguo alcalde de Madrid pretendía dimitir durante su viaje a China y prefirió precipitar los acontecimientos para marchar a Beijing con la cabeza de Gallardón rodando ya por el suelo.

El gatillazo legislativo de esta semana ha desatado un doble debate de imprevisibles consecuencias. El primero se desarrolla en el seno del PP y se centra en la propia renuncia del Gobierno a derogar la llamada Ley Aído, una regulación que fue diana de feroces ataques y recursos de la derecha durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Un importante sector de la militancia popular considera consustancial a sus principios la lucha en defensa de la vida, entendiendo ésta como una oposición frontal a cualquier tipo de legislación que facilite la comisión de abortos. En ese sentido, el desconcierto ha cundido entre los afiliados y votantes del partido, que ahora se preguntan atónitos si fueron engañados cuando sus dirigentes aseguraron que abolirían la regulación de “la miembra” nada más alcanzar el poder. ¿Qué nivel de compromiso tiene el Presidente en su lucha contra el aborto? ¿Quizás lo considera ahora una cuestión menor? ¿Acaso opinaba así desde un principio pero utilizó este tema para ganarse adhesiones internas? Estas preguntas conducen necesariamente a la segunda cuestión, un debate que trasciende las fronteras del PP y que discurre al margen de la opinión que cada uno tenga sobre el aborto.

Nos guste o no, Mariano Rajoy es el presidente de todos los ciudadanos, y somos muchos los que comenzamos a inquietarnos al comprobar el tipo de individuo que ocupa la principal magistratura política del Estado. Según algunos analistas, la Moncloa está padeciendo un nuevo episodio de esa enfermedad ética que frecuentemente aqueja a la derecha española: la vergüenza a la hora de defender sus convicciones, una actitud que contrasta con la aparente superioridad moral de la que siempre ha hecho gala la izquierda. Los socialistas no dudan en enorgullecerse al pelear por sus ideales, mientras los conservadores frecuentemente parecen sentirse obligados a disculparse por hacer lo propio. Puede que quizás estemos asistiendo a un nuevo ataque de este síndrome, efectivamente, aunque tiendo a pensar que lo vivido esta semana no tiene nada que ver con este asunto: Rajoy no puede avergonzarse de sus principios ideológicos porque no los tiene.

A nadie se le escapa que fueron los defectos de este registrador de la propiedad y no sus virtudes las que le permitieron alcanzar la candidatura a la presidencia del gobierno. José María Aznar buscaba un delfín que pudiese controlar desde FAES, y por eso descartó tanto a Rodrigo Rato (un dirigente entonces brillante que podría soltar la mano de su mentor demasiado pronto) como también a Jaime Mayor Oreja (un político que antepondría sus principios personales a las lealtades de partido). Finalmente el conquistador de Perejil optó por un tipo gris y sin convicciones (lackluster, en palabras de Newsweek), probablemente confiando en que la mediocridad y el relativismo garantizarían una transición tranquila y sumisa, cuando lo cierto es que los políticos mediocres y relativistas son los más peligrosos porque están dispuestos a cualquier cosa con tal de sobrevivir. Como diría Groucho Marx, “estos son mis principios: si no le gustan tengo otros”.

Así, la legislatura de Rajoy se ha caracterizado por el seguimiento escrupuloso de una estrategia que yo resumiría en cinco mandamientos: primero, identificarás a los titulares reales del poder económico y político, y sólo a ellos darás culto; segundo, aprobarás cualquier medida que se te imponga desde lo alto; tercero, ante los problemas complejos te pondrás de costado o te harás el muerto; cuarto, para el resto de asuntos adorarás las encuestas de Pedro Arriola y ante ellas te postrarás; y quinto, te desharás de todo aquel que pueda hacerte sombra.

Por poner cinco ejemplos respectivos de esta nueva tabla de la ley, para empezar Rajoy reconoció la legitimidad de Angela Merkel para forzar una alevosa reforma del artículo 135 de la Constitución; por otro lado, fulminó su programa electoral subiendo los impuestos en su primer consejo de ministros; en tercer lugar, hizo oído sordos de forma irresponsable a las razonables demandas catalanas para renegociar el sistema de financiación; además ha traicionado a sus votantes al negarse a derogar la polémica ley socialista sobre el aborto; y por último, ha quemado a uno de sus ministros con mayor proyección política, mientras sigue rodeado de mediocres como Fátima Báñez, Carlos Floriano o Ana Mato.

Parece que a ZP le ha salido un duro competidor para alzarse con el trofeo al peor presidente de nuestra democracia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota