El fin de una época

Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de agosto de 2014


La actualidad exige revisitar la crónica que La Vanguardia dedicó hace treinta años a la manifestación celebrada en Barcelona el 31 de mayo de 1984 para respaldar a Jordi Pujol. El gobierno socialista había intervenido Banca Catalana tras detectar la turbia gestión del entonces Molt Honorable, y el hoy Gens Honorable respondió concentrando a sus huestes en el Parc de la Ciutadella. Una multitud rodeó el edificio del Parlament y el líder del PSC tuvo que salir escoltado por la policía entre gritos de “mateu-lo, mateu-lo!”. Según el cronista, Marta Ferrusola no podía contener las lágrimas de la emoción. La nutrida manifestación, encabezada por el matrimonio Pujol y la plana mayor de CiU, avanzó por Vía Layetana gritando consignas políticas (“fora les forces d'ocupació!), insultando a los socialistas (“Obiols, cabró, som una nació”) y cantando el Virolai. Al llegar a la plaza de Sant Jaume se desplegó una gran pancarta con el lema “Som amb vos, senyor President”. Pujol entró en el Palau de la Generalitat para pronunciar desde el balcón la madre de todos los discursos: “Con esta masiva y compacta manifestación lo que se quiere es dar apoyo a Catalunya. Somos una nación. Sí, somos una nación, un pueblo, y con un pueblo no se juega. A partir de ahora, cuando alguien hable de ética y de moral, hablaremos nosotros”.

Ciertamente, la atenta lectura de los hechos acaecidos durante aquella jornada (que vista desde ahora parece un sketch de los Monty Python) explica el papel que ha jugado Jordi Pujol en la conciencia colectiva catalana durante las tres últimas décadas. Pujol ha sido al mismo tiempo el fundador del partido hegemónico en Catalunya desde la Transición, ha sido el President de la Generalitat más relevante del último siglo, y ha sido el arquitecto e ideólogo de la Catalunya contemporánea tal y como hoy la conocemos. Es difícil encontrar en la actualidad un ejemplo equivalente que aglutine semejante influencia social, simbolismo político y poder efectivo. Si el expresident hubiese fallecido hace un par de años, no cabe la menor duda de que hoy todas las ciudades y pueblos de Catalunya tendrían una de sus principales avenidas o plazas con su nombre.

Dice el refrán que antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo, y aunque esta máxima siempre me ha parecido demasiado optimista, parece que en esta ocasión se ha cumplido. Hace una semana el fundador de CDC reconoció que durante treinta y cuatro años estuvo defraudando impuestos con una fortuna no declarada en el extranjero. En un comunicado manifiestamente mejorable, el expresident intentó justificar sin éxito su deplorable actuación, hizo un amago de explicar lo sucedido en un mar de sospechosos silencios, y pidió perdón al más puro estilo juancarlesco. Por lo visto, la declaración autoinculpatoria se produjo ante el peligro cierto de que el asunto estallara por sí mismo, y se emitió intencionadamente el viernes por la tarde con la vana esperanza de que el congreso socialista del fin de semana amortiguara su impacto mediático.

La forzada confesión de Pujol ha golpeado con dureza el alma de millones de catalanes. Cuando conocí la noticia pensé automáticamente en unos cuantos buenos amigos, algunos de ellos militantes de CDC, que de buena fe habían defendido con uñas y dientes al President por la confianza sincera que mantenían en su honestidad personal. Y no sólo se trata de impuestos. Pujol mintió cuando ocultó su fortuna, cierto, pero siguió mintiendo cuando calumnió a los periodistas que habían descubierto su secreto, y lo remató cuando intentó convencernos, desde su presunta superioridad moral, de que estas investigaciones eran un ataque contra Catalunya. No sólo ha sido un defraudador, sino también un difamador, un incendiario, un irresponsable y un hipócrita.

Es difícil calcular el impacto político que estos hechos pueden provocar en el futuro próximo. Al margen de que el escándalo pueda terminar o no convertido en la punta de un iceberg que implique directamente a CDC (una posibilidad que está aún por demostrar), la sola confesión de la pasada semana ha provocado un auténtico terremoto en el seno del catalanismo. La forma personalista en que Jordi Pujol encarnó el nacionalismo catalán durante décadas (con el consentimiento de sus seguidores) hará imposible desvincular su declive personal del movimiento que representaba, al igual que los errores personales de Juan Carlos I terminaron erosionando la credibilidad de la propia monarquía. Querámoslo o no, la natural tendencia a la mitificación de seres de carne y hueso suele acarrear consecuencias insospechadas (que se lo digan a los Legionarios de Marcial Maciel…).

De todos modos, el principal perjudicado por la doble vida del expresident probablemente no sea el movimiento independentista de forma global (que es el objetivo de la derecha española), sino sólo el partido que aquel fundó, pues la confesión de Pujol puede consolidar a ERC como referente del soberanismo de ahora en adelante. CiU vive una época convulsa desde que perdiera el liderazgo catalán en las elecciones europeas, y últimamente ha sufrido su “mensis horriblis” particular: la espantada del díscolo Durán, la dimisión del imputado Oriol Pujol, la confesión del defraudador Jordi Pujol… La desorientación es especialmente intensa en CDC, tal y como reconocen sus propios dirigentes, y parece difícil seguir adelante con semejante lastre. Probablemente lo que toque hoy, tal y como diría su fundador, es emprender el camino marcado por Josep Rull, su nuevo secretario de organización: refundación.

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