Los rescoldos de una tragedia

Publicado en el Diari de Tarragona el 4 de agosto de 2013

Ya ha transcurrido más de una semana desde el dramático accidente que segó la vida de casi ochenta personas en las afueras de Santiago. Las familias han enterrado a sus seres queridos y la mayoría de los heridos se repone de sus lesiones en los hospitales de la zona. Reciban todos ellos nuestro cariño y nuestros ánimos. Los trenes vuelven a circular por esa curva maldita, y quizás haya llegado ya el momento de intentar valorar la respuesta que el accidente ha recibido desde diferentes ámbitos de nuestra sociedad.

Por primera vez en muchos años, y sin que sirva de precedente, las instituciones parecen haber representado dignamente el papel que su condición les presupone. Salvando vergonzosas excepciones, como Xosé Manuel Beiras o esa dirigente socialista madrileña llamada Martu Garrote que en un alarde de miseria moral apenas tardó unos minutos en responsabilizar a Rajoy de la masacre, lo cierto es que la clase política ha sabido estar globalmente a la altura de las circunstancias. Los funerales compostelanos se convirtieron en un verdadero crisol político donde representantes de todas las tendencias fueron capaces de olvidar sus diferencias para rendir un digno homenaje a los fallecidos. Enhorabuena.

Sin embargo, parece difícil dedicar los mismos halagos al significativo sector del mundo periodístico que nos ha deleitado estos días con un espectáculo escasamente edificante, ya sea por pura torpeza profesional o por factores vinculados a su línea editorial. Como ejemplo de lo primero tenemos a las principales cadenas de televisión españolas, incapaces de interrumpir sus emisiones para retransmitir en directo lo que sucedía en Galicia. Así, mientras en varios países centroeuropeos las televisiones detenían su programación para hacerse eco de la tragedia, aquí seguíamos viendo “Juego de Tronos” y “Hay una cosa que te quiero decir”. Ni siquiera TVE fue capaz de reaccionar hasta bien entrada la noche, cuando el canal 24h ofreció un programa especial con una realización digna de una televisión local yemení. Penoso.

Sin embargo, nuestros reproches hacia el sector periodístico no deberían limitarse a los errores causados por una falta de reflejos o recursos ciertamente llamativa. A medida que se superó el shock inicial, poco a poco pudimos observar cómo se abrían paso dos versiones aparentemente contrapuestas sobre las causas del desastre. Por un lado, algunos medios intentaron desde un principio cargar las culpas del accidente sobre las exclusivas espaldas de conductor, y no les faltaban argumentos: el tren viajaba a una velocidad desorbitadamente superior a la permitida, el maquinista se negó varias veces a declarar ante la policía, alteró su versión sobre la misteriosa conversación de móvil con el interventor, conocimos su afición a la velocidad en su perfil de facebook… Paralelamente, otros grupos de comunicación parecieron minusvalorar el papel de José Garzón en la catástrofe y cargaron las tintas contra el estado de la infraestructura y los sistemas de seguridad disponibles. Tampoco les faltaba razón: no parece muy sensato que un medio de transporte público de esta envergadura fíe la integridad física de sus usuarios a la concentración de una sola persona, existiendo medios contrastados para prevenir posibles fallos humanos.

Se trata de un interesante y necesario debate que lamentablemente proyecta consecuencias que exceden la mera investigación del incidente desde la óptica de la justicia y la prevención. Por un lado, durante toda esta semana se ha cuestionado la posibilidad de que las empresas responsables de la alta velocidad española pudieran mantener su oferta para los nuevos trazados ferroviarios de última generación que se adjudicarán próximamente en Brasil, y cuyos pliegos de condiciones incluyen requisitos de baja siniestralidad. De ahí que haya existido un interés evidente por dejar claro que la tragedia no debía considerarse un accidente de alta velocidad en sentido estricto y por desviar las culpas hacia el conductor con toda la artillería disponible.

Aun así, la constatación inicial de que las dos teorías eran apriorísticamente defendidas por medios de comunicación alineados en órbitas ideológicas contrapuestas dejaba en evidencia que la valoración del accidente ocultaba también un trasfondo político innegable: los grupos periodísticos afines al gobierno repitieron día tras día portadas acusatorias contra José Garzón, mientras sus colegas situados a la izquierda ponían constantemente en tela de juicio la seguridad del trazado. ¿Casualidad? Las casualidades no existen.

Quizás peque de malpensado, pero sospecho que unos y otros vieron en ese Alvia destrozado el fantasma de otras tragedias que el PP fue incapaz de afrontar adecuadamente en el pasado (el atentado del 11M, el hundimiento del Prestige, la tragedia del Yak-42, el descarrilamiento del metro de Valencia, etc.) y que en algunos casos tuvieron consecuencias electorales incuestionables. En esta ocasión, el trabajo sucio no se ha hecho desde las tribunas parlamentarias sino desde las redacciones periodísticas. Lástima: para una vez que nuestros políticos no ensuciaban con su tribalismo cainita un drama que debería unirnos a todos… Es nuestro sino.



Afortunadamente siempre nos quedará el recuerdo de la encomiable labor realizada por los servicios de emergencia gallegos, y sobre todo el ejemplo de los vecinos de Angrois que no dudaron en arriesgar sus vidas para rescatar a los accidentados en la curva de A Grandeira, entre las llamas del convoy y los cables eléctricos seccionados de la catenaria. Fue una respuesta inmediata, desinteresada y heroica que debería servirnos a todos como modelo de verdadera solidaridad. Dediquemos a todos ellos nuestro agradecimiento y nuestro homenaje.

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