Juego de tronos


Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de septiembre de 2012


Los más prestigiosos críticos de cine parecen estar de acuerdo en que, durante la última década, las mejores muestras del séptimo arte no tienen como destino las grandes salas de proyección sino las más modestas pantallas de nuestras salas de estar. La calidad de algunas recientes series norteamericanas no tiene nada que envidiar a los grandes estrenos de la alfombra roja, y cada vez son más los actores de prestigio que dan el salto a la televisión, sin que esta decisión sea considerada por nadie un paso atrás en sus respectivas carreras. Una productora destaca por encima de todas las demás en este ámbito, la HBO, un canal de televisión por cable propiedad de Time Warner, responsable de casi todos los mejores momentos (habría que añadir Mad Men) que he pasado delante de un televisor en los últimos años: Los Soprano, The Wire, A dos metros bajo tierra, Boardwalk Empire, Roma, Carnivale…

Durante estas últimas vacaciones he podido disfrutar de la segunda temporada de una de las más recientes series de la HBO: Juego de Tronos. A medida que avanzaba la trama, he llegado a dos conclusiones tan discutibles para cualquiera como evidentes para mí. Por un lado, no nos encontramos ante una de las mejores series de la factoría fundada por Charles Francis Dolan en 1965. Por otro, apuesto a que George R. R. Martin, el autor de las novelas en las que se basa el relato, es un fan de los telediarios del canal internacional de TVE. Digo esto porque son innumerables los paralelismos que podrían establecerse entre la serie en cuestión y un lugar que a todos nos resulta muy familiar. Si no quieren ver destripado el contenido de la serie, no sigan leyendo.

Los acontecimientos se desarrollan en un territorio dominado por una familia real crecientemente detestada por sus súbditos, quienes se sienten cada vez más ofendidos con las provocaciones de un monarca (Joffrey Baratheon) cuya preocupación por la penurias del pueblo brilla por su ausencia, y que recibió el poder directamente de un tirano belicoso que murió en la temporada anterior. Actualmente el gobierno está en manos de una camarilla de privilegiados, entre los que destaca un eunuco (Varys) cuyo único objetivo aparente es mantener su distinguida posición, escabulléndose cuando hay que tomar decisiones complicadas. De convicciones frágiles y lenguaje críptico, padece una verdadera obsesión por evitar el enfrentamiento directo e intenta pasar siempre desapercibido, sin que nadie conozca a ciencia cierta los principios y proyectos de su labor de gobierno. Tiene que lidiar con el poder que aún conserva un hombre de baja estatura (Tyrion Lannister), un tipo con un elevado concepto de sí mismo que provoca a su alrededor tantas adhesiones inquebrantables como odios furibundos, y que ha demostrado históricamente mucha mayor habilidad política y capacidad de decisión. Por cierto, este pequeño personaje tiene una misteriosa mujer a su lado (Shae), que se instala definitivamente en la corte simplemente por el hecho de ser su pareja.

El país siempre ha padecido un equilibrio territorial inestable, que termina desbordándose cuando diversos lugares deciden declarar la guerra a la capital. Cada pequeño reino crea su propia estructura feudal (reyes, príncipes, consejeros, caballeros…) dedicando sus escasas fuerzas al enfrentamiento contra el poder central mientras el pueblo se muere de hambre. Algún personaje secundario (por ejemplo, Talisa Maegyr) intenta convencer al resto de que una guerra abierta no beneficiará a la población en un momento de grave penuria, pero los líderes locales sólo piensan en hostigar a los actuales gobernantes hasta lograr su derrota definitiva.

Inicialmente fueron los reinos del norte (Invernalia) los que se alzaron contra el poder despótico de la capital. La insurrección fue comandada por facciones tradicionalmente leales a la corona (como los Stark), que rompieron esta antigua fidelidad por el despectivo trato dedicado a sus respectivos territorios. Paradójicamente, uno de los señores más críticos con el poder central (Balon Greyjoy) decide finalmente no acudir personalmente a la guerra aunque manda a sus hijos a la batalla. Con el paso del tiempo, incluso las zonas administradas por miembros de la propia familia gobernante terminarán sumándose a la rebelión (Stannis Baratheon, Renly Baratheon…). Como anécdota, un grupo de herederos de un viejo reino del sur (los Targaryen), aficionados al sol, los caballos y las carretas, muestran sin complejos sus ansias de poder pese a no tener un trozo de pan que llevarse a la boca.

El problema que amenaza toda la trama es la llegada del invierno. En el reino del Trono de Hierro las estaciones suelen durar varios años, y los irresponsables gobernantes que han administrado las finanzas públicas durante los últimos tiempos han dilapidado las reservas acumuladas durante el verano: no hay víveres para una población que sucumbirá si el frío se alarga demasiado tiempo. Lamentablemente, los entendidos dictaminan que este invierno durará muchos años, convirtiéndose con toda probabilidad en el más largo de la historia. El país se enfrenta a la llegada de unos temibles seres procedentes de las gélidas tierras del norte, más allá de las fronteras del reino, que pueden acabar con el país tal y como era hasta ahora. La insensibilidad y la falta de perspectiva de las clases dirigentes quedan en evidencia cuando sus miembros relativizan despectivamente estos asuntos y se niegan a tomar decisiones radicales que puedan solucionar el problema: para ellos la prioridad es conservar el poder.

Lo han clavao.

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