La donna è mobile


Publicado en el Diari de Tarragona el 20 de mayo de 2012


Hace apenas unas semanas, cuando media Europa temblaba contemplando el brazo de Angela Merkel marcando el sufrido compás de la música comunitaria, nadie en su sano juicio habría albergado la menor esperanza de que la nueva dama de hierro fuese a variar un ápice los principios sobre los que se asienta su modelo económico. Sin embargo, oh sorpresa, algunos recientes acontecimientos podrían sugerir que la conocida determinación de la canciller no fuese tan pétrea como aparenta. En efecto, las circunstancias han cambiado, y empieza a resultar admisible la posibilidad de que el rumbo del desvencijado continente comience a variar con el lento aplomo de un viejo petrolero en la tormenta. Son cuatro los factores que, en mi opinión, pueden obrar el milagro.
En primer lugar, el gobierno holandés de Mark Rutte se desplomó hace unas pocas semanas, incapaz de convencer al resto del arco parlamentario sobre las bondades del recorte presupuestario dictado desde Berlín. Esta sensible baja demuestra que, incluso en el norte, la rigurosidad germánica puede resultar insoportable si no se modula con realismo, y deja a Merkel con muy pocos apoyos incondicionales en la Unión: apenas Finlandia, Austria y Luxemburgo. Es cierto que algunos países mediterráneos, los grandes damnificados por las políticas de austeridad, muestran una cierta complicidad con el planteamiento germano. Sin embargo, mucho me temo que este aparente acuerdo oculta la inevitable sumisión de unos gobiernos asediados que verían con muy buenos ojos un cambio estratégico que les permitiera respirar.

Por otro lado, tras los últimos comicios en Grecia, la posibilidad real de que el país heleno abandone el euro toma cuerpo a marchas forzadas. El ahogamiento económico que sufre el país ha favorecido el caos político, convirtiendo su parlamento en una jaula de grillos repleta de populistas que crecen al calor del descontento. Puede que, con perspectiva, la moneda única terminara saliendo reforzada quitando de en medio a un socio tan dudoso, pero en el plano inmediato la espantada griega podría alcanzar un costo de 400.000 millones de euros, según los analistas de JPMorgan. Y eso si hablamos de un divorcio amistoso, porque si nos enfrentáramos a un portazo en toda regla, el contagio de otras economías del sur de Europa sería más que factible, en cuyo caso estaríamos ya manejando cifras estratosféricas.

En tercer lugar, el gran aliado de Merkel en Europa se ha quedado sin trabajo, dejando su puesto a un socialista que ha accedido al Elíseo con la promesa de acabar con la política únicamente restrictiva enarbolada por Alemania. Nada más acceder al cargo, François Hollande viajó a Berlín para reunirse con la canciller (o más bien lo intentó, pues un rayo descargó sobre su avión a los cuatro minutos de despegar, obligando a la comitiva gala a volver a París). El nuevo presidente de la república tuvo que enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza para llegar a su destino, y en un segundo intento pudo entrevistarse con Angela Merkel para exponerle sus planes. Pese a las críticas de sus detractores, Hollande no es un perroflauta con un lirio en la mano, sino un dirigente preparado y sensato que hará lo razonablemente posible por variar la política de Sarkozy, en busca del necesario crecimiento que evite una depresión interminable que nos lleve a la bancarrota general.

Por último, deberíamos dejar de ver a la canciller alemana como una sádica que disfruta con la desgracia ajena: es sólo una política. Por ello, el cuarto factor que puede terminar con el imperio del recorte puro y duro es quizás el más determinante: el partido de Merkel, la Unión Cristiano Demócrata, ha sufrido un varapalo sin precedentes en las recientes elecciones de Renania del Norte-Westfalia, el estado más poblado de Alemania. La victoria ha correspondido a los socialistas, mientras la CDU se ha conformado con el 26% de los votos, sus peores resultados desde la II Guerra Mundial. Algunos considerarán que este episodio se enmarca en el proceso de sustitución general de líderes europeos, fueran del partido que fueran, que se inició tras el estallido de la crisis. Por el contrario, tiendo a pensar que las crecientes dificultades que los europeos han de sobrellevar en su día a día, están creando el caldo de cultivo idóneo para el auge de la izquierda (Alemania va camino del nivel salarial básico más bajo desde hace décadas). A este fenómeno objetivo se añade la sensación de frialdad que ciertos dirigentes conservadores han mostrado hacia los dramas sufridos por sus gobernados con algunas medidas especialmente insensibles. En ese sentido, los populares españoles cometerían un grave error si dedujeran que su apabullante victoria en las generales de noviembre significó un apoyo intelectual explícito a sus principios ideológicos: me temo que Zapatero no se hundió por socialista sino por inútil.

Reconozcámoslo: los principios de restricción impuestos por Angela Merkel son incuestionables en el marco económico que nos toca vivir. Sin embargo, la realidad está demostrando que la rigidez temporal y cuantitativa en la exigencia de austeridad puede acabar con cualquier esperanza de crecimiento a corto plazo (aniquilación del tejido productivo, hundimiento del empleo, quiebra de estados, despegue del populismo…). Puede que los últimos acontecimientos cambien la tendencia.

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