Y ahora… ¿qué?

Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de abril de 2012


Acaba de concluir una semana crucial para nuestro futuro político y económico. Aunque algunos han pretendido negar la evidencia, el gobierno de Rajoy había ralentizado determinadas reformas impopulares con dos claros objetivos. Por un lado, la Moncloa albergaba la ilusoria esperanza de lograr una mayoría suficiente para gobernar en Andalucía, y además, el racionamiento reformista evitaría caldear demasiado el ambiente en vísperas de una huelga general que se presumía conflictiva.

Finalmente, el ejecutivo ha fracasado en su meta fundamental: el cuarto intento de Javier Arenas de alcanzar el palacio de San Telmo ha terminado como todos los anteriores, eso sí, con el estéril consuelo de haber vencido por primera vez a los socialistas en votos y escaños. Los populares deberían comenzar a asumir que presentarse a estos comicios equivale a comprar un boleto de la lotería. ¿Se puede ganar? Claro que sí. ¿Va a ocurrir? Evidentemente no. Cualquier observador que intente huir del sectarismo debería reconocer que los socialistas han logrado que en Andalucía no exista un gobierno sino un régimen (un fenómeno, por cierto, que casi todos los partidos han intentado reproducir en lugares como Valencia, Catalunya, Euskadi…): oscuras redes de subvenciones, control prusiano de los contenidos ideológicos en los medios de comunicación autonómicos, pestilente compadreo con los poderes fácticos del lugar, utilización partidista de la inversión pública, estructuras clientelares a nivel individual y societario…

El caso andaluz resulta especialmente sangrante por tres motivos: primero, por la ciénaga de corrupción que arrastraba el gobierno saliente; segundo, porque en las últimas elecciones generales y municipales el PP ganó de una forma arrolladora en Andalucía, lo que nos obliga a interpretar qué tiene de especial la Junta para que los votantes hayan querido dejarla como está; y tercero, porque se trata de una autonomía que esquilma los recursos financieros generados en otros territorios, manteniendo un aparato público que duplica el ratio de funcionarios por habitante de Catalunya. En esta última comunidad, la reacción ciudadana a los resultados andaluces ha sido automática, teniendo en cuenta la rabiosa actualidad política y mediática del pacto fiscal. Andalucía lleva décadas financiándose con ingentes cantidades de dinero procedentes del resto de España y Europa, lo que sólo ha servido para mantener los peores datos de empleo, una tasa de productividad lamentable, un fraude galopante en los subsidios, un déficit presupuestario sin competencia… En ese contexto, se celebran elecciones… ¡y vuelven a gobernar los mismos! Y eso después de que el ejecutivo de José Antonio Griñán aumentara sustancialmente su presupuesto de este año, mientras las comunidades que aportan esos fondos se aprietan dramáticamente el cinturón. Con un par.

Por otro lado, ésta ha sido también la semana de la huelga general en protesta por la reforma laboral del PP. Los sindicatos se jugaban su credibilidad, y por ello se han visto obligados a mentir como bellacos al aportar cifras de seguimiento: las manifestaciones fueron un éxito, sin duda, pero el país no se detuvo en absoluto. Una vez más, la legítima protesta laboral de millones de trabajadores fue ensuciada por la acción de unos piquetes cavernícolas, que decidieron violentar el derecho de los trabajadores a hacer lo que les viniera en gana. Y no hace falta acudir a los salvajes disturbios de Barcelona: en Tarragona se cortaron ilegalmente las principales vías de comunicación, se atacaron vehículos de ciudadanos particulares, se quemaron neumáticos y contenedores, se amenazó a los comerciantes… Me vienen a la cabeza las palabras de Miguel de Unamuno, dirigidas a otro tipo de fascistas: “venceréis pero no convenceréis”. Nuestra calidad democrática daría un paso de gigante si los principales líderes sindicales condenasen públicamente los métodos de sus esbirros, aunque eso nunca pasará: mientras tanto, sus llamamientos a la libertad resultarán tan creíbles como los de Kim Jung Woon. Lo asombroso del caso es que tenían razones sobradas para argumentar la procedencia de una huelga. ¿No se ven capaces de exponerlas pacíficamente? ¿No se conforman con el respaldo de aquellos que deciden secundar la huelga voluntariamente? ¿Acaso son incapaces de llegar al cerebro de sus conciudadanos si no es por la vía del traumatismo craneoencefálico? Pese a sus amenazas, y lo digo por experiencia propia, se trabajó en gran parte de las pymes industriales (eso sí, con los coches particulares dentro de las naves y las persianas bajadas, por si algún libertador se animaba a informar a sus camaradas a pedradas). Asumámoslo, el modelo de representación laboral enarbolado por los actuales sindicatos ha quedado agotado: casi nadie se fía de ellos, sólo provocan vergüenza y miedo, pero darán mucha guerra antes de abandonar sus privilegios económicos y laborales.

El consejo de ministros del viernes, inmediatamente posterior al fiasco popular en Andalucía y a la jornada de huelga general, ha demostrado que el gobierno no piensa dar un paso atrás en su programa reformista. Dependiendo de la actitud de Griñán, puede que Rajoy termine viéndose obligado a asumir el papel de Merkel ibérico, interviniendo nuestra Grecia particular si continúa resistiéndose a las matemáticas. En cualquier caso, mis más sinceras felicitaciones a Méndez y Toxo: nuestra situación es la misma que el miércoles, aunque el país ha perdido tres mil millones de euros por la huelga. Así se reactiva la economía, sí señor…

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