Tensar la cuerda



Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de octubre de 2023


Marco Licinio Craso fue un militar y político romano del siglo I a. C., que amasó una de las mayores fortunas de su tiempo utilizando algunas estrategias tan eficaces como cuestionables. En aquellos días, Roma era una densa urbe que superaba ampliamente el medio millón de habitantes, una cifra mareante hace dos milenios. Gran parte de la ciudad había sido levantada con materiales altamente inflamables, como madera y paja, abundaban las callejuelas estrechas, y la población se iluminaba con antorchas y lámparas de aceite. Todas estas circunstancias favorecían los incendios devastadores, que intentaban ser sofocados por esclavos situados en puntos estratégicos con simples cubos de agua.

Ante semejante panorama, el astuto Craso creó un cuerpo de bomberos privado, mucho mejor equipado, que acudía velozmente cada vez que se iniciaba un fuego. Eso sí, estos equipos de extinción no intervenían hasta que el propietario del edificio en llamas aceptaba vender el inmueble al propio Craso por un precio ridículo. El pobre dueño, en una posición de debilidad extrema, aceptaba siempre la oferta porque sólo podía optar entre salvar sus enseres y ganar una pequeña cantidad, o bien perderlo absolutamente todo.

Ciertamente, uno de los factores que marcan el éxito consiste en detectar y aprovechar el instante preciso en el que es posible conquistar el objetivo deseado. Que se lo digan a Alberto Núñez Feijóo, en sentido inverso, quien fulminó sus posibilidades de gobernar con un final de campaña plagado de errores no forzados. En el caso de las relaciones competitivas, ese momento clave suele venir definido frecuentemente por el nivel de fortaleza o debilidad que experimenta uno mismo y su adversario. Dicho así puede sonar algo descarnado, incluso salvaje o inhumano, pero lo vemos constantemente en los negocios o los deportes, cuando una empresa o un jugador se lanzan a por todas cuando ven flojeando a su rival.

Por poner un ejemplo reciente, hace semanas que estamos asistiendo a este fenómeno con motivo de la crisis abierta entre la Real Federación Española de Fútbol y las internacionales de la selección femenina. El equipo ha detectado que el comportamiento cavernícola de Rubiales ha generado una marea de solidaridad inédita hacia las deportistas, mientras simultáneamente ha colocado en una posición muy frágil a los dirigentes federativos. Y ellas, lógicamente, han decidido multiplicar la presión, aprovechando el preciso momento en que pueden alcanzar varias conquistas aparcadas desde hacía tiempo, precisamente porque ellas están más fuertes y la federación más débil que nunca.

Ahora bien, supongo que todos coincidimos en que deben existir ciertos límites a la hora de aprovechar estos momentos de ventaja relativa. Es la delgada línea que separa el aprovechamiento razonable de una tesitura privilegiada respecto del chantaje puro y duro, como el que ejercían los esbirros con manguera del todopoderoso Marco Licinio Craso. Pensemos, por ejemplo, en las recurrentes huelgas de pilotos que se convocan justo antes del arranque de la temporada estival. La improcedencia de apretar las tuercas a quien se encuentra de rodillas no es sólo objetable por motivos éticos, obviamente, sino también desde la perspectiva de la inteligencia estratégica. Quien abusa de una posición de dominio sin duda genera un enorme rechazo moral, pero además acumula boletos para ser pagado con la misma moneda el día que cambien las tornas.

Los dioses de las matemáticas han regalado al independentismo catalán la llave del próximo gobierno español, y la inmemorial rivalidad entre republicanos y posconvergentes está favoreciendo una alocada carrera por demostrar quién exprime a Pedro Sánchez con mayor chulería. Ojo. Tensar excesivamente la cuerda puede provocar su ruptura, y aunque esto no suceda, puede multiplicar los deseos de revancha cuando concluya la legislatura. Insisto, no es inteligente abusar de una posición temporal de superioridad. Lamentablemente, me temo que la perspectiva histórica de los actuales dirigentes de ERC y Junts no alcanza más allá de las próximas elecciones autonómicas.

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