La difícil digestión de un cambio frenético



Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de septiembre de 2023


Hoy es el cumpleaños de Ane, mi hija mayor, y hace ya un mes que comencé a indagar sobre posibles regalos que pudieran hacerle ilusión. La cosa estaba bastante clara, pero dentro de un género, así que no pregunté más para mantener cierta intriga. En este tipo de asuntos conviene no ir a ciegas, obviamente, pero como sabiamente me enseño mi madre, la sorpresa es el factor que diferencia un regalo de una subvención. Así que me decanté por una tetera de hierro forjado realmente bonita y la compré por Amazon.

Hace unos días estábamos desayunando en la sala de mi casa, cuando vimos encendido el indicador naranja de Alexa, avisando de que había una notificación pendiente. Desde la mesa, la propia Ane preguntó al dispositivo cuál era el mensaje, y ese maravilloso ingenio del demonio respondió con voz aterciopelada: “Tu tetera de hierro forjado está en camino. Gracias por comprar en Amazon”. Todos sabíamos lo que significaban aquellas palabras. Nos quedamos paralizados, con la tostada detenida a medio camino de la boca, mirándonos incómodamente de reojo. Luego, lógicamente, estalló una carcajada general, mientras yo maldecía el día que compré esa maldita esferita negra. Gracias, Jeff Bezos, por destrozar la magia de un cumpleaños.

Sin duda, las innovaciones tecnológicas están avanzando a un ritmo difícilmente asumible por las personas de a pie. Nos cuesta interiorizar los efectos de estos avances frenéticos, desde los aparentemente más tontos (como el mencionado) a los realmente profundos. Los interesados por estos temas procuramos mantenernos al día, pero una cosa es saber lo que el progreso técnico nos permite hacer, y otra muy distinta digerir esos cambios y sus consecuencias de forma integral. Isaac Asimov se adelantó a su tiempo, advirtiéndonos sobre este fenómeno: “El aspecto más triste de la vida en este preciso momento es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría”.

Por poner otro ejemplo más inquietante, ya he escuchado a dos personas reconocer una pulsión psicológica estrechamente vinculada al nuevo paradigma. Quienes trabajamos permanentemente con un ordenador conocemos la frecuencia con la que debemos recurrir a la función “deshacer”, o como se denomine en cada aplicación, para desandar lo andado de forma equivocada. Pues bien, estas dos personas confesaban que, cuando cometían un error en la vida real, inmediatamente les surgía el automatismo mental de recurrir a esta posibilidad, que normalmente no suele existir en el mundo físico. Y que la imposibilidad de borrar lo realizado equivocadamente les provocaba inconscientemente una enorme frustración. Sabían que era absurdo, pero no lo sentían como tal.

Debemos prepararnos para los cambios que se avecinan, que son muchos y de grueso calado. El pasado domingo viajaba solo hacia Barcelona en mi coche, y encendí la radio para aligerar el trayecto. Sintonicé un programa en el que se bromeaba sobre el supuesto plagio que varias emisoras internacionales habían realizado de los programas estrella de esta cadena. Pusieron entonces varios cortes en los que podía oírse a sus locutores más populares hablando en otros idiomas, como si en esas radios extranjeras trabajaran personas con una voz semejante para lograr una copia perfecta. Luego hablaban los presentadores presuntamente imitados, indignados con esta falta de respeto hacia su labor. En ese momento, el programa reconoció que los audios en otros idiomas los habían generado mediante inteligencia artificial. ¡Y los comentarios de los locutores locales también, todos ellos con un timbre de voz indistinguible del real! ¿Quién nos podía asegurar a los oyentes que incluso el guión y las voces del propio espacio satírico no eran también fruto de la IA?

Es muy probable que, a corto o medio plazo, cualquier documento visual o sonoro sólo tenga valor a efectos meramente recreativos, porque será sumamente complejo descartar que haya sido generado digitalmente. Y en el caso de los registros reales, si perjudican al protagonista, podrán ser tachados de artificiales sin serlo. La que nos viene encima…

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