Un siglo después


Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de diciembre de 2022


El pasado mes de noviembre dieron comienzo los trabajos de recuperación de una joya escondida del patrimonio medieval de Tarragona, los jardines y la capilla de Santa Tecla la Vella, cerrados desde hace más de un siglo a la ciudadanía. Esta gran noticia es fruto de la colaboración entre el Arzobispado de Tarragona, el Ayuntamiento de la ciudad, la Diputación y el Departamento de Cultura de la Generalitat, con el impulso del director del Museo Diocesano, Andreu Muñoz.

Este espacio, situado dentro del recinto catedralicio, en la esquina que forman las calles de les Coques y Sant Pau, probablemente tuvo una función funeraria desde la época tardorromana, un destino que se recuperó a partir del siglo XII durante setecientos años más. Sin embargo, a principios del XIX, Tarragona vivió un espectacular aumento de población procedente de la Barcelona tomada por las tropas francesas, que coincidió con una epidemia de tifus de efectos devastadores. El crecimiento desorbitado en el número de fallecimientos dejó pequeño el viejo camposanto de la Part Alta, y propició la creación del nuevo cementerio, camino del actual barrio de Sant Pere i Sant Pau.

Desde entonces, este lugar fue utilizado como almacén lapidario del arzobispado, acumulando dentro y fuera de la capilla un imponente patrimonio: estelas funerarias, capiteles, sarcófagos... De hecho, una de las primeras actuaciones del proyecto, que cuenta con un presupuesto total de 24.000 euros, ha consistido en proceder a la clasificación de las mil setecientas piezas acumuladas, una gran parte de las cuales han sido adecuadamente trasladadas al próximo Museo Bíblico para su necesaria protección y estudio.

El pequeño templo que próximamente abrirá sus puertas data de la primera mitad del siglo XIII. Está catalogado como bien cultural de interés local, y es una magnífica muestra de arquitectura medieval influenciada por las corrientes estéticas del Císter. Se edificó en el espacio del antiguo recinto de culto imperial, con una sola nave de planta rectangular y dos tramos de bóveda, sin ábside, a la que se añadió posteriormente una capilla lateral en el siglo XIV. Desde la perspectiva escultórica, entro otros atractivos, destacan algunas tumbas góticas de bellísima factura en sus muros interiores, con magníficos escudos e inscripciones, varios cruceros, así como el monumento funerario del arzobispo Olivella. Como curiosidad, también podemos contemplar el sarcófago que contuvo los restos de Jaume I desde su llegada en 1843, tras el expolio de Poblet derivado de la desamortización de Mendizábal, hasta su retorno al monasterio en 1952.

La reapertura de esta joya del arte medieval era una petición incansablemente demandada por los conocedores de su valor, y que ha contado en todo momento con el respaldo del arzobispado. Como señaló el decano del Capítulo de la Catedral, Mn. Antoni Pérez de Mendiguren, durante la presentación del proyecto hace ya unas semanas, “desde el primer momento, el decanato ha querido abrir las puertas de la Catedral a la ciudad, mejorándola con acciones como ésta. Es más, también recuperaremos la idea que se perseguía hace ya cien años de convertir este entorno en un jardín romántico”.

Por su parte, en el mismo acto, Andreu Muñoz añadió que “esta actuación, que va en paralelo a la habilitación del futuro Museo Diocesano del recinto catedralicio, tiene el objetivo de recuperar Santa Tecla la Vella para la ciudadanía, museizando el espacio como referente para explicar la historia del mundo funerario cristiano. Seguramente el 99% de los tarraconenses no habrá entrado nunca en la capilla. Hace un año consideramos que la recuperación de estos elementos sería un buen regalo para la ciudadanía”, aprovechando la celebración del 700 aniversario de la llegada de la reliquia de la patrona de Tarragona.

A la presentación de esta iniciativa conjunta también asistieron el diputado de Servicios de Asistencia al Ciudadano, Joan Josep Garcia, la directora de los Servicios Territoriales de Cultura de la Generalitat, Lurdes Malgrat, y el alcalde de Tarragona, Pau Ricomà, quien destacó acertadamente que “hoy estamos aquí fruto de una voluntad y sensibilidad común para recuperar para la ciudad un importante monumento que ha podido ser damnificado por el inmenso volumen patrimonial de Tarragona”. En efecto, los territorios con un legado histórico descomunal, como es nuestro caso, suelen requerir un esfuerzo suplementario para mantener dignamente sus activos monumentales, un reto que normalmente exige una colaboración entre diferentes actores públicos y privados que afortunadamente se ha logrado en esta ocasión.

Personalmente tuve la suerte de disfrutar de este lugar la semana pasada, con la única compañía del director del Museo Diocesano, quien me regaló una visita guiada inmerecidamente privilegiada con la erudición y el entusiasmo que le caracterizan. Aunque todavía faltan varias actuaciones por realizar (restauración de varios elementos, ajardinamiento de la zona exterior, instalación del audiovisual explicativo, etc.) el calendario de ejecución se está cumpliendo y a principios de marzo volverá a ser visitable tras un siglo de triste abandono.

Mientras escuchaba las explicaciones de Andreu, cuatro sensaciones se cruzaban por mi mente: para empezar, perplejidad ante la belleza de un espacio de atmósfera única que te deja sin palabras; en segundo lugar, asombro ante el buen estado de conservación interior, pese a llevar cien años cerrado a cal y canto; por otro lado, desconcierto por esta dilatadísima clausura, que ha sido subsanada con una inversión conjunta que para las instituciones implicadas no es más que calderilla; y por último, entusiasmo por la inminente reapertura de un espacio de enorme valor histórico, artístico y emocional para la ciudad. Ya tenemos regalo de Reyes para Tarragona, disfrutable a partir de marzo. No se lo pierdan.

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