Nos vamos al garete


Publicado en el Diari de Tarragona el 14 de agosto de 2022


Existe todo un género de memes que basan su gracia en la constatación de las numerosas situaciones ridículas o lamentables a las que asistimos con creciente e inquietante frecuencia, muchas veces asociadas a las últimas tendencias en cualquier tipo de ámbito. La mayoría de estas publicaciones, habituales en redes sociales, suelen incluir alguna frase conclusiva como “merecemos extinguirnos”, “nos vamos al garete”, o alguna variante de esta última expresión con tintes explícitamente escatológicos. Sin llegar a tales extremos, esta misma semana, dos amigos han vivido sendas experiencias que constatan nuestra tendencia colectiva a complicar lo sencillo de forma aparentemente inexorable, cuando nos encontramos ante la necesidad de encontrar una solución para resolver un problema dado.

El primero de estos episodios tiene como marco -cómo no- la ‘crisis del hielo’ que estamos padeciendo últimamente, y que ya ha provocado ríos de tinta durante los últimos días. Lo sorprendente del caso no es la propia escasez temporal de este producto, que tiene causas conocidas: un aumento del coste de la energía eléctrica que ha hecho financieramente insostenible la preservación de los excedentes que conservaban los fabricantes, un incremento desorbitado de los precios del combustible que ha reventado el modelo logístico a todos los niveles, un tórrido verano que ha multiplicado la compra de aparatos de aire acondicionado low cost que funcionan con cubitos de hielo, etc. Lo llamativo no ha sido esto, como decía, sino el hecho de que una gran parte de la ciudadanía ha asistido desconcertada a este racionamiento impuesto por el mercado, sin saber aparentemente cómo reaccionar, como una liebre deslumbrada por las luces del coche que lo va a atropellar.

Tengo varios conocidos que regentan establecimientos de restauración. Uno de ellos me comentaba hace unos días que su personal comenzaba a ponerse nervioso con el menguante suministro de cubitos, mientras el departamento de compras alertaba de que el mayorista que los distribuye acababa de anunciar una subida en el precio del hielo del 300%, así, de un plumazo. Mi amigo comentó con la plantilla la posibilidad de solventar el problema recurriendo a las cubiteras de frigorífico de toda la vida, o a las bolsas de film que se rellenan con agua y se enfrían en el congelador. Hubo dos tipos de reacciones: algunos lo miraron como a un marciano, y otros como al inventor de la rueda. Por si fuera poco, hicieron una batida por numerosos establecimientos y grandes superficies de la zona, donde no encontraron un solo hielo disponible, pero donde había abundante stock de cubiteras y bolsas rellenables, lo que parece corroborar que este fenómeno de conceptualización subconsciente del cubito como un ente que nace en estado sólido no era un caso aislado. ¿Estamos perdiendo capacidad para resolver problemas que se solventaban de forma sencilla hace apenas una década? ¿El modelo global de ‘usar y tirar’ está limitando nuestra creatividad y resiliencia? ¿Simplemente nos estamos volviendo enfermizamente comodones?

En paralelo a este episodio, a primeros de semana cayó en mis manos un cruce de mensajes en un foro informático donde se pretendía resolver una duda técnica. Un participante había escrito una respuesta absurda a la pregunta planteada por el creador del hilo, lo que provocó una cascada de mensajes machacando inmisericordemente a este pobre hombre, enviados por otros usuarios que sí sabían la contestación a la cuestión propuesta. La vehemencia con la que se desarrollaba el debate técnico, que ahora no viene al caso, me pareció tan llamativa que envié una captura de pantalla a otro amigo que se dedica profesionalmente a la programación. Me contestó que, muy probablemente, el autor de la respuesta ridícula sería el mismo que planteó la pregunta inicial, una estrategia que, según él, suele ser frecuente e inteligentemente premeditada. Como pueden imaginar, desde mi ingenuidad, dicha hipótesis hizo que saltaran por los aires todos mis esquemas sobre el funcionamiento de estos foros.

En efecto, por lo visto, es habitual que una persona plantee en este tipo de espacios una duda real, y que con el paso de las semanas, dicha solicitud no obtenga ninguna contestación. Llegados a ese punto, no es extraño que él mismo, desde una cuenta diferente que lo desvincule de su verdadera identidad, responda algo absolutamente disparatado que se convierta en viral por su propia estupidez. Y es ahí cuando suele aparecer una legión de programadores para ridiculizar la contestación descabellada, respondiendo acertadamente -ahora sí- a la cuestión inicialmente planteada. ¿Debemos asumir como un hecho inevitable que la mezquina pulsión por abochornar a quien comete un error sea una fuerza más poderosa que el deseo de ayudar a nuestros semejantes? ¿Qué conclusiones podemos extraer como colectividad de la eficacia contrastada de unas estrategias basadas en despertar los peores instintos de nuestros colegas? ¿Existe alguna manera de revertir estas tendencias?

Sospecho que algo estamos haciendo mal a nivel educativo cuando la resolución de un problema aparentemente simple se complica de semejante manera. Por un lado, parece que estamos perdiendo la capacidad de encontrar una salida no preestablecida para cualquier reto cuyo remedio nos viene habitualmente dado, pero que es fácilmente solventable si salimos del esquema mental que la mecánica de la sociedad de consumo nos tiene preparada. Y por otro, resulta demoledor comprobar que la mejor manera de lograr ayuda en la resolución de un problema que se nos escapa sea fingir una estupidez extrema que favorezca el despectivo envalentonamiento de quienes no son capaces de colaborar por simple empatía.

Al final va a ser cierto que nos vamos al garete. O a otro sitio más feo.

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