El anciano y el niño


Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de diciembre de 2021


Nos acercamos al fin de año, un momento que nuestra iconografía tradicional frecuentemente plasma con la representación de un hombre mayor que cede el testigo a un niño pequeño, dos personajes que encarnan el tiempo que agoniza y el nuevo período que nace, respectivamente. Se trata de una bella metáfora que trasciende el recorrido vital del cualquier ser humano (necesariamente abocado a un envejecimiento inexorable, sin posibilidad de retorno), poniendo el acento en el carácter cíclico de lo colectivo, mediante la identificación de la secuencia anual con la imagen del relevo intergeneracional. Esta idea de renacimiento, que despide lo crepuscular o marchito para abrazar lo emergente, también está presente en otras épocas del calendario cristiano, como la Cuaresma o la fiesta de San Juan.

Sin duda, la imagen del anciano y el niño transmite una visión optimista de la existencia común, pues obvia la decadencia individual y pone en valor un tránsito social en que lo viejo es sustituido por lo nuevo de forma aparentemente imparable e indefinida. Lamentablemente, la realidad no siempre es así, especialmente en sociedades que envejecen a marchas forzadas como la nuestra. Y si no, que se lo digan a los vecinos del barrio barcelonés de Sants.

En efecto, esta misma semana hemos conocido la nueva actividad que albergará el local anteriormente ocupado por el Happy Parc de la ciudad condal. Esta ludoteca fue el primer establecimiento con piscinas de bolas y toboganes que se puso en marcha en la capital catalana, allá por el año 1994. El negocio estaba instalado en la antigua fábrica de los hermanos Climent de la calle Comtes de Bell-lloc, un edificio modernista próximo a la estación de Sants, que los promotores del chiquipark alquilaron cuando estaba casi en ruinas. Después de su rehabilitación, por allí pasaron miles de críos para celebrar sus cumpleaños, o simplemente para disfrutar de una tarde de diversión con los amigos.

Lamentablemente, cuando los gestores del negocio tuvieron que renovar el contrato de alquiler, a pesar de que la mensualidad se había actualizado con el paso de los años, la brutal inflación inmobiliaria que sufre Barcelona provocó que el propietario de la nave exigiera el triple de la renta que venía cobrando últimamente. La empresa planteó al arrendador una contraoferta que fue rechazada en 2020, y la ludoteca tuvo que cerrar sus puertas y despedir a sus catorce trabajadores, dada la insostenibilidad del proyecto con semejante gasto fijo.

Esta triste noticia para las familias de la zona ha sido aún más grotesca tras conocerse el tipo de negocio que albergará el local a partir de ahora. De forma inminente, el Happy Parc se convertirá en un tanatorio regentado por la funeraria San Ricardo, que ya dispone de los permisos municipales para empezar a sustituir los toboganes por ataúdes y las piscinas de bolas por cuatro salas de velatorio. Los vecinos han mostrado su rechazo frontal ante el drástico cambio de uso del inmueble, considerando el “gran impacto social, emocional y arquitectónico sobre la vida del barrio”. Incluso se ha puesto en marcha una petición para detener el proyecto a través de la plataforma ‘change.org’, pero la licencia ya ha sido confirmada y la compañía tiene un año para emprender la reforma de esta nave industrial, diseñada por el arquitecto Modest Feu i Estrada, y catalogada como patrimonio cultural de la ciudad.

Las lógicas capitalistas son implacables, y los mejores locales acaban siendo habitualmente ocupados por los negocios más rentables. Es ley de vida, nunca peor dicho. Obviamente, no tengo nada personal en contra de los tanatorios, que desarrollan una importante y necesaria función social, pero sorprende que enterrar a los que se van sea más lucrativo y prioritario que favorecer la socialización, el ejercicio físico y el divertimento activo de los que vienen. En cierto modo es lógico, con una tasa de natalidad por los suelos desde hace décadas, y una tercera edad que ocupa un estrato demográfico cada vez más importante, en términos relativos, dentro de nuestra pirámide de población (una pirámide cada vez menos piramidal, por cierto). Evidentemente, el ensanchamiento de la cumbre de este gráfico es una gran noticia, pero debería inquietarnos la velocidad a la que se estrecha la base. Llegados a este punto, podemos recordar la imagen metafórica del anciano entregando el testigo a un niño, y es probable que esbocemos una sonrisa de resignado sarcasmo, preguntándonos quién debería entregar el relevo a quién.

Algún lector objetará, con razón, los estragos que ha provocado la actual pandemia, un factor extraordinario que sin duda habrá disparado la demanda de servicios (y la facturación) del sector funerario durante los últimos meses. Paralelamente, tampoco corren buenos tiempos para la interactuación presencial, especialmente cuando conlleva un contacto físico absoluto como el que se produce en los establecimientos de ocio infantil como el recientemente clausurado. Aun así, coincidirán conmigo en que la sustitución de un espacio destinado a los críos por un tanatorio invita a una reflexión sobre el rumbo que muestra el modelo social que estamos moldeando entre todos.

No me gustaría acabar el último artículo del año de una forma tan sombría, sino entreabriendo una ventana a la esperanza de que el 2022 marque el inicio de un cambio en las dinámicas que nos vienen acompañando los últimos tiempos. Aunque es evidente que estamos lejos de cerrar este complejo capítulo, esperemos que el nuevo período que ahora comienza no sea tan rentable para el sector funerario, y que la reconstrucción económica permita mejorar sensiblemente los índices de empleo juvenil, tan necesarios para nuestro futuro como civilización. Llámenme ingenuo, pero confío en que justo dentro de un año pueda escribir un artículo anunciando que un chiquipark levantará la persiana en el local de un antiguo tanatorio. Feliz año a todos.

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