La encrucijada popular


Publicado en el Diari de Tarragona el 21 de noviembre de 2021


Un simple análisis del contexto político y social parecería confirmar que los astros se han alineado para favorecer un vuelco drástico en la intención de voto en favor del PP. Por un lado, todavía estamos viviendo las consecuencias de una pandemia que ha obligado a imponer restricciones sumamente impopulares, y que se ha gestionado de forma discutible para un importante sector del electorado. Como derivada, la urgencia sanitaria ha traído consigo un parón económico que todavía estamos lejos de superar, y que, como todas las crisis de esta índole, tiende a provocar un reproche consciente o inconsciente hacia las autoridades de turno. Paralelamente, estas vicisitudes han puesto de manifiesto el difícil encaje entre los dos partidos de gobierno, con una influencia de Unidas Podemos en el rumbo general que es censurada por una amplia mayoría de la ciudadanía. Este escoramiento hacia un izquierdismo más radical tampoco está logrando grandes avances en retos presuntamente prioritarios para las fuerzas progresistas, como la lucha contra la pobreza energética, con un recibo de la luz absolutamente descontrolado desde hace meses, que está generando un enorme descontento entre las clases trabajadoras. Y, pese a todas estas circunstancias, el partido de Pablo Casado no termina de despegar como clara alternativa de gobierno.

Las contrariedades de los populares se agudizan considerando sus graves dificultades para pactar, pues su abanico de socios potenciales resulta casi testimonial: Vox, por un lado (que aguanta en las encuestas), y Ciudadanos, por otro (si somos compasivos y aceptamos que Arrimadas sobrevivirá a un nuevo proceso electoral). Es cierto que también cabe considerar la adición de ciertos apoyos eventuales, como el grupo vasco o canario, pero probablemente se trata de una opción incompatible con el respaldo de Abascal. Sin duda, la militancia del PNV jamás perdonaría a sus dirigentes la cesión de sus votos para hacer presidente a quien fuera de la mano de la ultraderecha española. En conclusión, si el PP quiere volver a la Moncloa a corto plazo, deberá ganar los comicios con cierta holgura. Esto no significa necesariamente una mayoría absoluta, pero sí un número de escaños suficiente para sumar con Vox, o con varios partidos territoriales y los rescoldos de Ciudadanos (si es que existen).

Ante semejante panorama, los estrategas populares se encuentran ante la compleja tesitura de tener que fijar su mensaje, con oportunidades y riesgos evidentes. En Génova tienen dos posibilidades básicas: por un lado, pueden definirse como una formación de centro-derecha nítida, reabsorbiendo los restos del naufragio naranja e incluso captando a algunos votantes socialistas descontentos (pero, como contrapartida, dejando vía libre a los ultras para consolidar su espacio electoral); y como alternativa, pueden plantear una candidatura abiertamente conservadora, recuperando parte de las papeletas sustraídas por Vox (pero, en consecuencia, perdiendo implantación en la franja moderada del espectro político). Llegados a este punto, conviene recordar la pregunta que Lewis Carroll puso en boca de Alicia, y la sensata contestación del gato de Cheshire: “-¿Te importaría decirme, por favor, qué camino debo tomar desde aquí? -Eso depende, en gran medida, de adónde quieras ir. -No me importa mucho adónde. -Entonces, da igual la dirección que cojas”.

Efectivamente, antes de plantearse qué ruta estratégica debe transitar el PP, sus dirigentes deberían preguntarse cuál es su meta. Si el objetivo es marcar un perfil de máximos, transmitiendo un mensaje diáfano y contundente que compacte y encandile a sus seguidores incondicionales, entonces probablemente deberían apostar por alinearse con las expectativas de sus simpatizantes más fieles, desacomplejadamente de derechas. Sin embargo, partiendo de que la tarta manifiestamente conservadora debe repartirse entre dos comensales, si el horizonte es recuperar el poder, sospecho que las actuales circunstancias sugieren la conveniencia de optar por la alternativa contraria: profundizar en un mensaje moderado, que los sitúe claramente en el centro político, que es el espacio donde suelen ganarse las elecciones en los países razonablemente prósperos, socialmente estables e institucionalmente consolidados.

Esta semana se ha publicado una encuesta de IMOP-Insights que podría refrendar esta tesis, a escala madrileña. Probablemente, si nos preguntasen cuál es hoy la figura indiscutible de los populares en aquella comunidad, no tardaríamos un segundo en pronunciar el nombre de Isabel Díaz Ayuso, una dirigente que entusiasma a la derecha sociológica. Sin embargo, este estudio de valoración concluye que José Luis Martínez-Almeida vence en su duelo con la presidenta por 6,0 frente a 5,7. Este sorprendente resultado se debe a que, pese a que Ayuso arrasa entre los votantes del PP, el alcalde capitalino logra una puntuación mucho mejor en todo el arco ideológico. Habrá quien argumente, con razón, que lo importante es gustar a los tuyos, no a los demás. Sin embargo, en mi opinión, esta reflexión resulta procedente cuando se parte de una posición de cierta hegemonía, y el objetivo consiste en motivar a unos votantes predispuestos a prestar su apoyo (en gran medida, por demérito del contrario). Pero ésta no es la situación de los populares a escala estatal, donde no les vale con movilizar a su propio electorado, sino que deben ampliarlo con los desilusionados del PSOE y Ciudadanos.

Aun así, el reto verdaderamente titánico para Génova será convencer al ciudadano de centro sobre la moderación de su proyecto, cuando sería casi milagroso que recuperaran el poder sin el respaldo (y la supervisión) de la ultraderecha. Ciertamente, el PP lo tiene muy complicado para vencer con claridad en unos comicios a corto plazo. Y, con episodios de conflicto interno como los actuales, aún más. Para colmo, no estamos hablando de un partido pensado para dar visibilidad a un mensaje testimonial, sino de una máquina electoral con vocación de gobierno. Si Pablo Casado no alcanza la Moncloa en la próxima convocatoria, dudo mucho que los suyos le concedan otra oportunidad.

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