La ultraderechita cobarde

Publicado en el Diari de Tarragona el 11 de julio de 2021


Su humor levantaba ampollas entre los sectores más susceptibles del conservadurismo francés, del catolicismo, del judaísmo, del islam… Algunos representantes de este último grupo se habían rasgado las vestiduras por las caricaturas de Mahoma que aparecían recurrentemente entre sus páginas, colocando consciente o inconscientemente una diana sobre los responsables de la revista. Ciertamente, lo fácil es encender los ánimos apelando a los bajos instintos, y luego ya apretará el gatillo algún lobo solitario (también llamado tonto útil, que es lo mismo, aunque suene menos épico). Finalmente, ocurrió lo que se veía venir desde hacía tiempo.

Era la mañana del 7 de enero de 2015. Dos enmascarados, vestidos de negro, acudieron al número 10 de la parisina Rue Nicolas-Appert, cerca de la plaza de la Bastilla. Armados con sendos fusiles Kalashnikov, irrumpieron violentamente en la sede de Charlie Hebdo, disparando de forma indiscriminada. Once personas murieron en el asalto: el director del semanario, Stéphane Charbonnier, su guardaespaldas, ocho miembros más de la redacción y un invitado. En su huida, ya en el bulevar Richard-Lenoir, alcanzaron en el abdomen a un policía que intentó detenerlos, y que posteriormente fue rematado cuando agonizaba sobre la acera.

Las autoridades francesas movilizaron a casi noventa mil agentes para detener a los asesinos. Los autores de la masacre, los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, fueron finalmente localizados en una gasolinera al norte de la capital gala. Tras una persecución por la Route Nationale 2, ambos cayeron bajo los disparos de las fuerzas de seguridad. El atentado fue reivindicado por la facción yemení de Al Qaeda, en venganza por las viñetas satíricas sobre el profeta.

La revista apenas lograba vender sesenta mil ejemplares semanales, pero la edición de regreso superó los siete millones. Una ola de solidaridad y concienciación democrática recorrió Europa. Sólo en París, millón y medio de personas se echaron a la calle bajo el lema “Je suis Charlie”. En diversos puntos del continente, una marea de ciudadanos se manifestó también en defensa de la tolerancia con el discrepante y a favor de nuestro modelo de convivencia, que tiene en la libertad de expresión y de prensa uno de sus pilares fundamentales. Si no te gustan las bromas que aparecen en determinada publicación, no la compres. Punto.

Pero no hace falta cruzar nuestras fronteras para encontrar situaciones similares. Los que ya tenemos algunos años todavía nos acordamos de El Papus, un semanario con un humor de grueso calibre que se publicó en nuestro país hasta 1986. Había sido fundado en 1973 por Xavier de Echarri Moltó, a quien no debe confundirse con su padre, Xavier de Echarri Gamundi (un falangista filonazi, director de los diarios Arriba y La Vanguardia, que murió en los años sesenta, según parece, atragantado durante una mariscada). El Papus también había sido puesto en la diana por determinados colectivos conservadores, hasta que la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista) atentó contra sus instalaciones el 20 de septiembre de 1977. Un artefacto explosivo acabó con la vida de su conserje, Joan Peñalver, y produjo graves heridas a diecisiete personas más. Como en el caso de Charlie Hebdo, unos señalaron y otros actuaron.

Quien no conoce su historia está condenado a repetirla, y precisamente por ello conviene no relativizar la importancia del inquietante mensaje que apareció publicado el pasado martes en la cuenta oficial de Vox: “Se llama Ricardo Rodrigo Amar y es presidente de RBA, grupo que edita El Jueves. Su revista difunde odio contra millones de españoles a diario. Es posible que muchos de ellos le empiecen a exigir responsabilidades cuando le vean salir de su despacho de la Diagonal de Barcelona”. El tuit incluía una fotografía del editor, para ponérselo más fácil a los energúmenos que se animasen a “exigirle responsabilidades” en la calle. A la vista del escándalo generado, el partido de extrema derecha no tardó en desentenderse de cualquier posible suceso vinculable con el texto. Los representantes de la formación ultra, como siempre, lanzando la piedra y escondiendo la mano. La ultraderechita cobarde.

Sin duda, la mejor estrategia contra los brotes de macarrismo del partido de Santiago Abascal es el ninguneo, pues neutraliza sus intentos por fomentar una manía persecutoria entre sus seguidores que no conviene avivar. En este sentido, la convocatoria de contramanifestaciones me parece un error garrafal. Sin embargo, hay violaciones de determinadas líneas rojas que nunca deben pasarse por alto, como la coacción más menos explícita contra un medio de comunicación, especialmente si pertenece al sector humorístico. Aunque pueda parecer el género más frívolo del ecosistema informativo, este tipo de publicaciones representa un bastión de la libertad de expresión cuya salvaguarda efectiva mide de forma precisa la autenticidad de una democracia avanzada. Después de todo, la mayor amenaza contra los totalitarios (ultraderechistas, ultraizquierdistas, ultranacionalistas…) frecuentemente suele ser la sátira. Les provoca auténtico pavor.

Decía el gran Peter Ustinov que “lo cómico es simplemente una forma divertida de ser serios”. En efecto, cada vez es más habitual que el análisis político más brillante de un periódico no se encuentre en los artículos de opinión o en los editoriales, sino en las genialidades de los grandes viñetistas (hoy también presionados por la asfixiante tiranía de la nueva corrección millennial). Vox ataca con más vehemencia a El Jueves que a los grandes diarios porque sabe que la ironía y el sarcasmo desnudan como nadie los disparates que abarrotan sus discursos. Personalmente, han sido muchas las páginas de este semanario que también me han escocido, por ridiculizar opiniones u organizaciones por las que siento aprecio y cercanía. Sin embargo, si algún día sus dibujantes ven amenazada su labor, me echaré a temblar porque sabré que hemos iniciado el camino hacia el fin de nuestra democracia.

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