El último que apague la luz


Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de enero de 2021


La sombra de las elecciones catalanas asoma en el horizonte y sus efectos comienzan a percibirse. Por un lado, Carles Puigdemont ha decidido encabezar la lista de JxC en la circunscripción de Barcelona de forma simbólica (como no podía ser de otra manera, en un partido que ha hecho de lo simbólico su hueco pero rentable signo distintivo). Más trascendentes ha sido la apuesta del PSC por Salvador Illa, un político emergente sobre el que los socialistas pretenden edificar el cambio de ciclo en Catalunya. En efecto, el bucle procesista muestra signos de agotamiento por su esterilidad práctica, así como por el permanente conflicto que mantienen los partidos que lo auspiciaron. Miquel Iceta ha asumido que su candidatura toparía con un techo de expectativas difícilmente superable, y ha aceptado apartarse de la carrera hacia el Palau de la Generalitat para probar una alternativa que podría dar la campanada. Sin duda, el actual ministro de Sanidad ha sido capaz de desplegar una imagen de seriedad, diálogo e institucionalidad que actualmente se echa de menos en la política catalana.

Sin embargo, ha sido la demarcación tarraconense donde el baile de candidatos y siglas ha resultado más desenfrenado. El primero en saltar de su formación fue Carles Castillo, ‘enfant terrible’ de los socialistas locales, que será número 4 de la lista republicana en las elecciones de febrero. Sus recurrentes encontronazos con el aparato del partido y su vocación de verso suelto, empecinado en marcar discurso propio, agudizaron los reproches internos que le llovían por su presunta tendencia al divismo personalista. Tras pasar los últimos años en el Parlament, sin pena ni gloria, el antiguo teniente de alcalde de Tarragona ha aceptado poner punto final a su etapa socialista que, reconozcámoslo, apenas le ofrecía posibilidades de cara al futuro. En ese sentido, la marcha de Castillo no ha sido ninguna sorpresa y apenas afectará negativamente al PSC (es más, algunos de sus antiguos camaradas lo han celebrado en la intimidad), cosa que no puede decirse de las espantadas que ha sufrido Ciudadanos a nivel local.

Efectivamente, por un lado, Rubén Viñuales anunció la semana pasada su incorporación a la candidatura socialista para los comicios del 14F, a los que acudirá como número 2 por Tarragona. Se trata de una baja ciertamente sensible, teniendo en cuenta que el dirigente naranja era la cara visible del partido en el ayuntamiento de la capital y en la Diputació. Al igual que en el caso de Carles Castillo, hace años que Viñuales había mostrado sus diferencias con la estrategia de su formación, tanto en privado como en público. De hecho, han sido muchos los miembros significados de Ciudadanos que han abandonado recientemente la organización, a raíz de la deriva hacia posiciones más nítidamente conservadoras y cerrilmente blanconegristas. Sin duda, el cambio de rumbo que imprimió Albert Rivera durante su última etapa, plasmado en la foto de Colón, provocó que numerosos afiliados se sintieran crecientemente incómodos por pertenecer a un partido que en su día se consideró un movimiento de centro liberal.

Pero no ha sido éste el último plantón entre los naranjas locales. Un día después, la también tarraconense Lorena Roldán comunicaba su abandono de Ciudadanos para presentarse a las elecciones autonómicas por el PP. El hecho de anunciarlo veinticuatro horas después que Viñuales multiplicó los comentarios que intuían en esta espantada un inocultable componente alimenticio. El barco se hunde y hay que subirse a un bote salvavidas antes de que se acaben. Al margen de los réditos personales que consiga Roldán, lo cierto es que el gran artífice y beneficiario de esta jugada es Alejandro Fernández, que consigue infringir un durísimo golpe a la maltrecha moral de Ciudadanos. Con los naranjas en franca caída libre, los populares catalanes pueden empezar a soñar con recuperar cierto espacio electoral de confort relativo, cuando hace unos pocos años estuvieron al borde de la desaparición. Puede que Alejandro no sea el mejor cartel electoral, pero es un estratega político como la copa de un pino.

Las bajas de Viñuales y Roldán dejan a Ciudadanos muy tocado en Catalunya y devastado en Tarragona, e incluso marcan una peligrosa tendencia a nivel estatal. El último que apague la luz. Los partidos consolidados como el PP o el PSOE pueden permitirse ciertos vaivenes, ciertos errores, ciertos derrapes… porque ambos cuentan con una potente inercia electoral y una implantación que les confiere un suelo de voto infranqueable. Pero un proyecto incipiente como el naranja no puede pasarse una década saltando alegremente de la socialdemocracia al ultraliberalismo, de coquetear con el PSOE a intentar suplantar al PP, de manifestarse con VOX a volver a flirtear con la izquierda… Los delirios de poder personal de Albert Rivera, que ya se veía a sí mismo viviendo en la Moncloa, destrozaron el sueño de crear un tercer partido con vocación de bisagra, que permitiera conformar mayorías estables, que moderase las políticas de populares y socialistas, y que diera continuidad a la acción estratégica pese a la alternancia. En efecto, el culpable de las enormes dificultades en la gobernabilidad de los últimos años tiene nombre y apellido, y será brutalmente juzgado por la historia.

La precampaña para el 14F ha arrancado con intensidad y sorpresas. Quizás, la posibilidad real de iniciar un nuevo ciclo político, superando el bloqueo institucional de la última década, caldee los discursos durante las próximas semanas. El de unos, porque sienten que tocan con las yemas de sus dedos el final de esta larga travesía del desierto, y el de otros, porque ven peligrar una dinámica sentimental que los ha apuntalado crónicamente en el poder. La campaña promete ser apasionante.

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