Proximidad navideña


Publicado en el Diari de Tarragona el 20 de diciembre de 2020


Apenas quedan unos días para celebrar las fechas más significativas del calendario, cargadas de resonancias religiosas para algunos y de tradiciones familiares para todos. Sin embargo, este año las cosas serán muy diferentes. Por un lado, la locura consumista de esta época se verá atenuada en las calles -para bien y para mal- de forma notable. En segundo lugar, algunos eventos públicos, como ferias y cabalgatas, tendrán un formato totalmente diferente. Además, el retorno temporal al hogar de la infancia, frecuente durante estas semanas para quienes no residimos donde nacimos y crecimos, se verá indudablemente trastocado. Y por último, las comidas y cenas con amigos y parientes deberán ser seriamente replanteadas. Este último punto comienza a representar para muchas personas un verdadero dilema emocional de difícil solución. 

Efectivamente, no son pocas las voces que sugieren que el modelo radical de restricciones navideñas probablemente genere más perjuicios que beneficios a medio plazo, precisamente por tratarse de unas fechas muy especiales: va a multiplicar la sensación de soledad de muchos mayores en unas jornadas con una carga sentimental indudable, va a agudizar los problemas psicológicos que millones de ciudadanos vienen sufriendo a lo largo de este año, va a dar la puntilla a infinidad de pequeños negocios que alimentan a cientos de miles de trabajadores, y va a consolidar una recesión que tardaremos lustros en remontar. Desde esta perspectiva, la decisión de anular nuestras visitas familiares y celebraciones con amigos parece la simple consecuencia de una atmósfera paranoica que retrasará la salida de la gravísima crisis económica en la que estamos inmersos, y que favorecerá las tensiones con algunos parientes y conocidos, que no entenderán cómo nos negamos a encontrarnos con ellos en unos días tan singulares.

Sin embargo, por otro lado, también son muchas y relevantes las voces que plantean la cuestión desde las antípodas argumentales. Aflojar las restricciones, precisamente en esta época del año, dispersará el virus y multiplicará exponencialmente el número de contagios, colocará en grave peligro sanitario a las capas de población más vulnerables ante la enfermedad, obligará a decretar un confinamiento total a partir de enero, y alargará varios meses el final definitivo de la pandemia, con efectos aún mucho más graves sobre nuestra salud emocional colectiva y sobre determinados sectores del tejido productivo. Desde esta óptica, la opción de mantener nuestras costumbres navideñas parece una loca insensatez que puede echar por tierra todo el esfuerzo realizado hasta ahora, además de generar conflictos con parientes a quienes indignará que podamos poner en peligro a familiares comunes.

En definitiva, se abren ante nuestros ojos motivos argumentados que justifican tomar una decisión y su contraria, dependiendo de la persona o colectivo que tomemos como referencia. ¿Debemos dejar solos a nuestros mayores en estas fechas, o exponerlos a un hipotético contagio? ¿Debemos salir a la calle para darnos un imprescindible respiro emocional, o permanecer encerrados en nuestras casas? ¿Debemos evitar los restaurantes y los eventos culturales para esquivar las aglomeraciones, o apoyar a estos sectores económicos en un momento crítico para ellos? ¿Debemos hacer nuestras compras en los negocios de proximidad, o apostar por el comercio online para regatear al virus? Son preguntas razonables que todos nos hacemos y que pueden generarnos cierta ansiedad, al sospechar que probablemente nos equivoquemos, sea cual sea la opción por la que nos decantemos. 

Ninguno somos nadie para dar consejos al resto, pero sí me atreveré a compartir un par de reflexiones que me aplico a mí mismo en estos momentos. La primera es recurrir a los clásicos, concretamente a Aristóteles y a su ‘Ética a Nicómaco’: “La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el hombre prudente. Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto. Y así, unos vicios pecan por defecto y otros por exceso de lo debido en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio”. En consecuencia, no nos dejemos agarrotar por el miedo (un arma capaz de nublar el sentido común), ni nos entreguemos a la irresponsabilidad (que puede ponernos en peligro a nosotros mismos y a nuestros allegados).

Y la segunda reflexión consiste en intentar no juzgar las decisiones de los demás (salvo en los casos absurdamente irracionales, ya sea por un abrumador exceso de prudencia o por una total carencia de prevención). Sin duda, el tipo de resoluciones que vamos a tomar durante estas festividades serán complicadas, y pueden desembocar en tensiones familiares si no nos fiamos de la buena fe de nuestros seres queridos. Confiemos en que todos estaremos intentando hacer lo correcto, tanto los que consideran una exageración determinado grado de aislamiento, como los que se sienten incómodos con la cercanía. Afortunadamente, dos no se juntan si uno no quiere.

Supongo que somos muchos los que, en alguna ocasión a lo largo de nuestra vida, fruto de una desgraciada combinación de factores, hemos sentido la íntima convicción de que lo mejor que podíamos por alguien a quien apreciábamos era precisamente alejarnos, aunque fuera de forma temporal. Ahora se repite esa circunstancia aparentemente paradójica, pero de forma masiva. Aun así, intentemos compensar esta distancia física con un derroche de cercanía emocional. Después de un año extraño y terrible, todos necesitamos esa proximidad. ¡Feliz Navidad! Bon Nadal! Gabon Zoriontsuak!

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