A falta de talento, provocación

Publicado en el Diari de Tarragona el 14 de mayo de 2017


Esta semana se ha hecho pública la campaña ideada por el colectivo Arran para conmemorar el día mundial contra la LGTBfobia que se celebrará el próximo miércoles. Los dos carteles que centran esta iniciativa han corrido como la pólvora por las redes sociales, un fenómeno que resulta perfectamente comprensible para aquellos que hemos tenido la desgracia de verlos. Con la sutileza que les caracteriza, las juventudes locales de la CUP han puesto en la diana a dos de los principales archivillanos de su particular universo antisistema: el Ajuntament de Tarragona y la Iglesia Católica.

Se supone que el primer cartel pretendía cargar contra el Consistorio en venganza por su lucha contra el “cruising” en los bosques cercanos a la playa de la Savinosa. Efectivamente, esta zona arbolada del norte de la ciudad se ha convertido durante los últimos años en una zona frecuentada por aficionados al sexo anónimo y ocasional en lugares públicos, fundamentalmente entre varones. Para la formación anticapitalista, la lógica reacción de las autoridades locales frente a estas prácticas parece ser síntoma de un opresivo fascismo heteropatriarcal y homofóbico, y por ello han diseñado un pasquín de protesta que marca un hito en la historia de la vulgaridad política. En el dibujo aparece Josep Fèlix Ballesteros sodomizando a un agente de la Guardia Urbana, mientras éste se apoya en un vehículo policial. Entre ambos, en una posición ligeramente elevada, aparece Alejandro Fernández pretendiendo interponerse como una cuña. La curiosa disposición del tercero en discordia ha sido motivo de todo tipo de interpretaciones, aunque lo más razonable sea pensar que esta composición sea el simple fruto de un dibujante que ni siquiera sabe dibujar. Parece que la técnica artística del autor se encuentra a la misma altura que su sentido del gusto.

Por otro lado, en consonancia con la elegante e ingeniosa ironía que rezuma esta obra pictórica, el segundo cartel intenta ridiculizar dos símbolos icónicos de la Iglesia local, un objetivo facilón e impune, muy del gusto de aquellos que sólo se atreven a lapidar a aquellos que jamás devolverán la pedrada. En esta imagen puede observarse a Sant Magí, mártir del siglo III, siendo también sodomizado con el brazo de la otra copatrona de la ciudad, Santa Tecla, la reliquia más apreciada y representativa de nuestra capital. Realmente resulta difícil imaginar una imagen más grosera, ofensiva y gratuita para un ciudadano medio de Tarragona. Vuelve a confirmarse que la provocación chabacana sigue siendo el último recurso para quienes carecen de auténtico talento para crear algo verdaderamente agudo, interesante y meritorio. En cualquier caso, la difusión de semejante campaña debería hacernos reflexionar colectivamente sobre diversos aspectos vinculados a lo sucedido.

En primer lugar, llama la atención la capacidad de los anticapitalistas para lograr lo que parece imposible en el actual contexto político: ponernos a todos de acuerdo. Efectivamente, no ha habido un solo respaldo a los carteles de la CUP, ni siquiera por parte de sus socios republicanos del Govern o las juventudes del PDeCat. Lo más insólito es que incluso la Asociación de Familias Lesbianas y Gays también ha criticado la campaña, al considerar que conlleva "una falta de respeto a la cultura y resulta ofensiva". Parece que a los miembros de Arran, con sus dibujos sobre sodomizaciones, les ha salido el tiro por la culata (si se me permite la expresión). 

Por otro lado, sorprende el distinto significado que damos unos y otros a los mismos términos dependiendo de la posición en que nos encontramos. Lo del color del cristal con que se mira está muy bien, pero hay situaciones que rozan el esperpento. Como botón de muestra, a raíz de las críticas vertidas contra los carteles cupaires desde innumerables ámbitos, una representante local de la formación anticapitalista comentaba esta semana que “hay que tener respeto por la capacidad de la juventud para realizar sus propias denuncias”. Créanme, han leído bien: respeto. Vivir para ver…

En tercer lugar, algunos nos preguntamos para qué sirve el artículo 525 del Código Penal, que protege los sentimientos religiosos frente a quienes “hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias”. ¿Acaso esta normativa protege sólo a las confesiones minoritarias? Se puede estar a favor o en contra de dicha regulación, pero mientras exista, que se aplique; y si no hay voluntad de aplicarla, que se derogue. Por cierto, como inciso, si estamos hablando de un colectivo que pretendía denunciar el carácter homofóbico de una religión concreta, se me ocurre alguna otra confesión que se ajustaría mucho mejor a este perfil, aunque dudo que las juventudes de la CUP se atrevan con ellos. Quizás sean revolucionarios, pero no tontos.

Por último, conviene recordar que la formación responsable de esta nauseabunda campaña (que vulnera todos los límites del fair play político, y desprecia los sentimientos más íntimos de miles de ciudadanos) es hoy en día un apoyo parlamentario esencial para el Govern de la Generalitat. Cada vez es mayor el número de ciudadanos, incluidos infinidad de convergentes, que se escandalizan viendo a sus instituciones en manos de semejante formación. En cualquier dinámica parlamentaria son habituales las estrategias de partido que obligan a pasar por alto determinados hechos o circunstancias para mantener vigente un acuerdo, pero cuando se pone en tela de juicio la propia dignidad política conviene detenerse a reflexionar. Quiero creer que la cúpula del PDeCat no es consciente de la vergüenza que sienten miles de sus votantes cuando ven a sus representantes haciendo piña con la CUP. Lo increíble es que sigan preguntándose por qué se hunden en las encuestas.

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