Cambio de ciclo

Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de octubre de 2016


El suicidio colectivo que se vivió la semana pasada en la calle Ferraz alterará probablemente el panorama político de los próximos años de forma sustancial. Las ruinas del PSOE provocan hoy un sentimiento de lástima entre sus simpatizantes, de bochorno entre la ciudadanía, de indignación entre muchos de sus militantes, y de risa contenida entre algunos de sus rivales electorales. El antiguo acorazado socialista se ha convertido en una hueca y lastimosa caricatura de sí mismo, empeñado en airear sus vergüenzas con unas luchas de poder que se retrasmiten con total impudicia. No me explico cómo Paolo Vasile no les ha hecho ya una oferta para convertir la conflictiva convivencia de sus dirigentes en el nuevo reality de Telecinco.

Todavía es pronto para calcular los daños provocados por el destrozo, pues el terremoto del pasado sábado puede tener todavía importantes réplicas. Aún está por ver qué posición adoptará el partido ante la necesidad de formar gobierno, qué tipo de relación mantendrá con el PSC de cara al futuro, cuáles serán las alternativas que se presentarán en el próximo congreso… Sólo dos extremos parecen evidentes: por un lado, el PSOE necesitará años para volver a competir electoralmente con sinceras esperanzas de victoria, y por otro, los dirigentes que han tomado al asalto la loma de Ferraz tienen ante sí un panorama realmente peliagudo. Efectivamente, tal y como señala el socialista Odón Elorza, el aparente éxito de Susana Díaz puede volverse pronto en su contra, convirtiendo la derrota de Pedro Sánchez en una victoria latente.

En primer lugar, los dirigentes que llevan hoy las riendas del PSOE deberán tomar la difícil decisión de consultar o no a la militancia sobre su posible abstención en una eventual sesión de investidura. Si optan por recabar la opinión de los afiliados el ridículo será mayúsculo, pues toda la ciudadanía se cuestionará entonces cuál era el sentido del motín de la Bounty de la semana pasada, más allá de arrebatar el poder a Sánchez. ¿Todo este sainete para confirmar que las bases respaldan abrumadoramente el rechazo a Rajoy? Cabe también que se decanten por no preguntar a la militancia, en cuyo caso entramos en una nueva encrucijada con dos posibles salidas.

Por un lado, si la nueva cúpula de Ferraz decide apostar autónomamente por seguir rechazando al candidato popular, la consecuencia directa será la convocatoria de unas terceras elecciones. No cabe la menor duda de que en estos comicios el PSOE destrozaría su suelo electoral de forma estrepitosa, una debacle que Pedro Sánchez podría reprochar a Susana Díaz por haber ofrecido una imagen caótica del partido con su rebelión de pandereta a dos meses y medio de las elecciones. Por el contrario, si se decantan por pasar a la abstención (ahora la llaman “técnica”, en un vano intento por suavizar su impacto) el sector afín a la andaluza se enfrentará a un panorama aún más hostil en el próximo congreso extraordinario, especialmente si tenemos en cuenta que ahora los populares no sólo reclaman la abstención socialista sino su rendición incondicional (“compromiso de estabilidad parlamentaria” ha sido el eufemismo elegido esta vez).

En conclusión, puede que el antiguo alcalde donostiarra tenga razón y el triunfo de Susana Díaz sea sólo flor de un día. No me extrañaría que a estas alturas, tras contemplar las incómodas opciones que se abren ante sus ojos, la lideresa sevillana ya haya comenzado a interiorizar la reflexión que hizo célebre a Pirro de Epiro: “otra victoria como ésta y estamos perdidos”. Al margen de quién sea el triunfador del próximo congreso extraordinario, parece evidente que el daño ya está hecho. El campo de batalla ha quedado completamente devastado. Los restos del partido socialista están en la UCI y allí permanecerán durante una larga temporada, una realidad incuestionable que impacta en nuestro sistema de partidos con una contundencia notable.

Asistimos a un cambio de ciclo político en el que el PSOE ha dejado de ser una alternativa viable a la hegemonía del PP. La pregunta crucial es si existe algún otro aspirante que garantice la posibilidad real de alternancia, y me temo que la respuesta es negativa. Esta inquietante sospecha acarrea múltiples derivadas en todos los campos de la actualidad política, algunos de ellos de una gravedad inédita (por ejemplo, mengua las posibilidades de lograr a corto plazo un acuerdo razonable que serene las agitadas aguas catalanas). Mariano Rajoy, movido por su tradicional interés personalista y su falta de sentido de Estado, se negó en primavera a formar un gobierno de concentración con un presidente consensuado… y la jugada le ha salido redonda. Ya decía Valle-Inclán que “en España no se premia el talento sino todo lo malo”.

Precisamente, la formación política que nos seguirá gobernando con toda probabilidad durante los próximos años -por incomparecencia del contrario- se sienta esta semana en el banquillo por la trama Gürtel, uno de los casos más graves de corrupción que afectan a un ejecutivo de la UE. Sin embargo, la inquietud de la ciudadanía ante esta perenne interinidad gubernamental y el penoso espectáculo ofrecido estos días por los socialistas son dos factores que empujarán al electorado hacia cualquier oferta (por nauseabunda que sea) que suene a estabilidad, experiencia y previsibilidad. Y, nos guste o no, el único partido estatal que hoy ofrece esa imagen es el PP. Mariano Rajoy llevaba años intentando recuperar su tirón electoral proclamando que la alternativa a él era el caos, una retórica aparentemente pueril y maniquea que los socialistas se han encargado generosamente de refrendar esta semana con sus peleas de patio de colegio. Contra adversarios como éstos no hay quien pierda.

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