Los idus de marzo

Publicado en el Diari de Tarragona el 2 de octubre de 2016


Cuenta Plutarco que un vidente ya había advertido a Julio César sobre la amenaza que se cernía sobre él, identificando incluso el día del peligro. También Calpurnia, esposa del dictador, le había rogado infructuosamente que no acudiera a la reunión del Senado, aterrorizada con una pesadilla que interpretó como un mal presagio. Algunos historiadores sostienen que fue precisamente aquel augur quien se acercó al héroe de las Galias, llegando ya a la Curia, para ofrecerle una lista con los nombres de quienes habían orquestado el complot. Por lo visto, los conjurados no sólo eran unos desleales sino también unos bocazas, y las noticias sobre la conspiración habían comenzado a filtrarse. El hombre más poderoso del mundo ni siquiera leyó aquel papel, mofándose con sorna porque ya se había alcanzado la fecha maldita sin que aquellas premoniciones se hubiesen cumplido: "Ya han llegado los idus de marzo". El adivino respondió: "…pero aún no han terminado". Minutos después, el cuerpo sin vida de Cesar yacía sobre un charco de sangre junto a la estatua de Pompeyo.

Sospecho que Pedro Sánchez no necesitó ningún vidente para descubrir cuándo iba a ser apuñalado y quienes serían los conspiradores. Era un escenario previsto si el PSOE se hundía en las elecciones vascas y gallegas, extremo que se confirmó de forma estrepitosa el pasado fin de semana. La galerna cantábrica podía poner en peligro la supervivencia política del joven secretario general, y todos sabíamos quiénes serían los Casio, Bruto y Casca del foro socialista: Susana Díaz, Emiliano García Page, Guillermo Fernández Vara (exmilitante de Alianza Popular, por cierto)… Primero fue Felipe González quien dio un paso al frente para hundir su daga en la espalda de Sánchez, después el diario El País clavó la suya, y finalmente se sumaron todos los demás. Sin embargo, a nadie se le escapa que los incontestables fracasos del PSE y del PSdeG no eran la verdadera causa de este complot. Ni siquiera la gota que colmaba el vaso. Los resultados del pasado domingo fueron sólo una excusa para defenestrar a quien ya había sido marcado como el rival a batir en una cainita lucha de poder.

Parece que los llamados críticos reprochaban a Pedro Sánchez las sonoras derrotas que había sufrido en las dos últimas elecciones generales, confrontando estos resultados con el número de escaños obtenidos por el PSOE en anteriores comicios. Sin embargo, el más mínimo sentido común dicta que dos situaciones semejantes no pueden ser comparadas con semejante tosquedad cuando el entorno cambia sustancialmente. Zapatero y Rubalcaba sólo tuvieron que enfrentarse al gran partido de la derecha y a una izquierda decadente, pudiendo acaparar así un inmenso espectro de voto. Este plácido panorama dejó de existir con la irrupción de los partidos emergentes, un fenómeno que ha resultado especialmente dañino para los socialistas, asediados con dentelladas electorales que les llegan desde ambos flancos: desde el centro (Ciudadanos) y desde la izquierda (Podemos). En mi opinión, Pedro Sánchez no ha sido un candidato presidencial especialmente brillante, ni ha sabido situar al PSOE en este nuevo contexto electoral, pero atribuirle personalmente el descenso de escaños constituía un exceso malévolo que chocaba frontalmente con la realidad. Por cierto, ¿alguien en su sano juicio cree que los socialistas vascos habrían logrado mejores resultados con Susana Díaz a los mandos de Ferraz? Las bromas en el Club de la Comedia.

Resulta evidente que ha sido el incombustible mantra “no es no” el que ha desatado esta lucha intestina sin precedentes en la organización socialista, pese a tratarse de una instrucción explícita del Comité Federal que contó con el voto afirmativo de quienes esta semana han conspirado contra el secretario general. ¿Cómo explicar semejante volubilidad? Me temo que un análisis desapasionado de la situación obliga a concluir que nos encontramos ante un simple juego de tronos protagonizado por una camada de dirigentes socialistas caracterizados por una mediocridad alarmante. Teniendo en cuenta las circunstancias actuales (Ciudadanos y Podemos han descartado explícitamente su participación conjunta en un pacto de investidura, y unas terceras elecciones alejarían sin duda la posibilidad de conformar una mayoría alternativa) cabe la posibilidad de que el verdadero motivo de esta crisis fuera la creciente sospecha de que Pedro Sánchez pretendía fraguar un pacto con el soberanismo catalán para asaltar la Moncloa. De hecho, en algunos mentideros ya circulaba desde hace días una supuesta oferta socialista a ERC y PDC sobre un régimen económico similar al concierto vasco si se conseguía desalojar al PP del poder. Refuerza esta tesis el hecho de que la mayor parte de los barones críticos proviniesen del sur de España (Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha…) mientras los actuales líderes de los socialistas catalanes, vascos, gallegos o navarros permanecían fieles al secretario general. ¿Era una casualidad? Lo dudo. ¿Significa esto que el combate era ideológico? Sospecho que tampoco.

Cunde la sensación de que cada cual ha luchado por sus intereses: Pedro Sánchez se ha defendido para conservar el bastón de mando y -si era posible- para convertirse en presidente del gobierno (una auténtica obsesión), algunos líderes territoriales se mantenían fieles a la dirección para evitar que el partido adquiriera un perfil excesivamente andaluz (lo que indudablemente perjudicaría sus expectativas electorales a nivel local), y los críticos de taifas confabulaban para que el secretario general no acaparase un excesivo poder (sobre todo si lo hacía en connivencia con los independentistas, poniendo así en peligro sus respectivos tronos autonómicos). Mientras tanto, Rajoy tocaba la lira con un Cohiba entre sus labios, observando desde el ático de Génova las llamas que calcinaban los tejados de Ferraz. No creo que sea aventurado pronosticar que esta chabacana rebelión patricia probablemente aleje al PSOE de la Moncloa durante lustros.

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