La encrucijada centrista


Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de mayo de 2021


La arrolladora victoria de Isabel Díaz Ayuso en las recientes elecciones madrileñas ha provocado una catarata de efectos colaterales durante los días posteriores al cierre de las urnas.

Por un lado, algunos analistas han comenzado a hablar abiertamente de cambio de ciclo general, con una derecha que se ha venido arriba frente a una izquierda a la defensiva. Al margen del paupérrimo resultado socialista, los vaivenes argumentales de Gabilondo favorecieron una preocupante imagen de improvisación y falta de proyecto, más allá de parar los pies al PP. Se trata de un objetivo lógico pero incapaz de movilizar, como pareció demostrarse la semana pasada. Parafraseando a Jorge Valdano, el pulso electoral es un estado de ánimo, y no cabe duda de que la recuperación de la Moncloa ilusiona ahora más a los votantes conservadores que el mantenimiento del poder a los progresistas.

En segundo lugar, la espantada de Pablo Iglesias -con mediático corte de coleta incluido- probablemente reforzó esta percepción crepuscular. La revolución del 15-M ha terminado asumiendo los consejos erróneamente atribuidos a James Dean: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (en realidad, esta frase la pronunció Humphrey Bogart en ‘Llamad a cualquier puerta’, cuando el malogrado actor de Indiana apenas era un adolescente). En efecto, el movimiento de los indignados logró que la izquierda más contundente superara el techo de cristal de la antigua IU, convirtiéndola en una fuerza capaz de amenazar el duopolio de PP y PSOE. Sin embargo, todo apunta a que los morados irán regresando paulatinamente a la modesta horquilla de votos del añorado Julio Anguita.

La confirmación del fin de la ‘nueva política’ vino refrendada por el estrepitoso hundimiento de Ciudadanos, que pasó de ser una pieza fundamental en el tablero político madrileño a convertirse en una mera fuerza extraparlamentaria. Por lo visto, el sueño de podemitas y liberales, llamados a ser los sucesores millennials de socialistas y populares, ha concluido abruptamente. No habrá ‘sorpasso’ de morados y naranjas sobre rojos y azules. Sin embargo, estos años de efervescencia electoral han debilitado a Génova y Ferraz, que ni siquiera se plantean la hipótesis de repetir una mayoría absoluta a corto o medio plazo. Ante el desierto centrista provocado por el descalabro del partido de Arrimadas, el nuevo escenario obligará a PSOE y PP a apoyarse en sus respectivos extremos. Y éste es el motivo por el que la resucitación de Ciudadanos puede resultar clave en el futuro próximo, si desea evitarse que el gobierno alternativo de los dos grandes partidos dependa sistemáticamente de la extrema derecha y la extrema izquierda.

En términos comparativos, la existencia de un tercer partido que actúa de bisagra con socialdemócratas y conservadores suele traer consigo tres ventajas principales: por un lado, modera la tentación de implementar políticas excesivamente escoradas a la derecha o a la izquierda; en segundo lugar, permite que la alternancia no suponga una ruptura total con las estrategias del gobierno saliente en cuestiones esenciales; y por último, reduce los recelos interterritoriales que frecuentemente provocan las fuerzas locales que aprovechan la ausencia de mayorías absolutas en beneficio particular.

El suicidio político causado por la egolatría de Albert Rivera, con un rápido desangramiento electoral que sus herederos no han sabido taponar, probablemente nos prive de estos beneficios durante los próximos años. El centro ha muerto. PP y PSOE tardarán muchos años en lograr triunfos contundentes a nivel estatal, lo que les forzará a echarse en los brazos de la ultraderecha a los primeros, y de la extrema izquierda y del independentismo radical a los segundos. El panorama, desde luego, no pinta nada bien para quienes entendemos que la gobernanza no consiste en gritar eslóganes y agitar pancartas, sino en gestionar los asuntos públicos con rigurosidad, visión estratégica, ecuanimidad, criterio técnico y pragmatismo.

Inés Arrimadas acaba de anunciar que su partido celebrará una convención política el próximo mes de julio, por primera vez desde que la jerezana asumió el liderazgo de la formación. Como era previsible, comienzan a escucharse voces internas que sugieren una eventual integración en el PP, tras la brutal debacle del pasado día 4, dejándose querer por los cantos de sirena que llegan desde la sede popular. No es difícil imaginar la ingente cantidad de buscavidas que ingresaron en Ciudadanos durante sus años dorados, y que ahora contemplan desolados cómo las posibilidades de lograr un sueldo para toda la vida son menores con el carnet naranja que comprando Nescafé. Y, lamentablemente, la fuerza de ese colectivo abrevado suele ser decisiva en las actuales estrategias de los partidos, como está evidenciándose en las negociaciones para la conformación del nuevo Govern de Catalunya.

Sacar adelante un nuevo proyecto político representa una tarea titánica en un mercado electoral oligopolístico como el nuestro, en el que confluyen poderosísimos intereses cruzados. En este sentido, echar por la borda el movimiento naranja condenaría al sistema a permanecer una década, como mínimo, sin partido bisagra a nivel estatal. Sin duda, los antiguos dirigentes de esta formación gestionaron muy mal su éxito, rematadamente mal, pero dejarse fagocitar por el PP nos conduciría inexorablemente a un modelo de bloques controlado por los extremos. Por el bien de nuestra salud democrática, esperemos que la digestión del 4M no consista en un nuevo funeral centrista, sino en una refundación en clave verdaderamente moderada, recuperando la vocación de tercer partido que alimentó su fundación. En julio comprobaremos si la actual cúpula de Ciudadanos se guía por la vocación o por el bolsillo.

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