Furia, catarsis y déjà vu

Publicado en el Diari de Tarragona el 27 de agosto de 2017


Un enorme caudal de odio acumulado en las mentes de un grupo de jóvenes, cuya virulencia suicida aún no somos capaces de entender, provocó la pasada semana una marea de sangre inocente en nuestras calles. Llevábamos años esperando algo así, conscientes de ser una de las zonas más calientes del yihadismo europeo. Pese a ello, el golpe provocó una gran conmoción en nuestra sociedad, incluido el colectivo musulmán que condena el fundamentalismo y que sufre injustamente el recelo de algunos de sus vecinos. Las muestras de condolencia y solidaridad se sucedieron, desde dentro y fuera de Catalunya, y durante unas horas interiorizamos el efímero sueño de retornar a una sociedad unida y cohesionada.

Efectivamente, a lo largo de la jornada posterior al atentado, pareció rebrotar la modélica imagen que siempre nos ha caracterizado: una ciudadanía con vocación cívica y conciencia colectiva más allá de las diferencias ideológicas, una opinión pública centrada en unas metas compartidas por la abrumadora mayoría de la población, una prelación de lo prioritario frente a lo accesorio según criterios universalmente homologables… La fracturación y los desencuentros parecían haber pasado a mejor vida, gracias a una experiencia traumática que nos permitía observar el laberinto desde encima de los setos. Estábamos viviendo una catarsis colectiva en sentido aristotélico, es decir, una concienciación y superación de viejas pasiones indeseables gracias a la contemplación de una tragedia que las ponía en evidencia.

Pero lo bueno suele durar poco, y a algunos les faltó tiempo para sembrar la cizaña en aquel idílico trigal, aparentemente incómodos en un ambiente tan fraternal. Es lo que pasa cuando llevamos tantos años metiéndonos recíprocamente el dedo en el ojo.

Sin ánimo de ser cronológicamente escrupuloso, los editoriales de El País y El Mundo, entremezclando torticeramente los atentados con el proceso independentista, anunciaron el fin de la tregua. Desde la orilla contraria se culpó a la Moncloa del desastre por vetar la ampliación de los Mossos y su incorporación al CITCO y a la Europol. El Periódico entró en la pelea denunciando que la CIA había avisado del peligro a las autoridades catalanas. Después llegó la polémica por la homilía del cardenal Omella, quien tuvo la imperdonable osadía de afirmar que la unión nos hace más fuertes. También hubo un concejal del PP y un párroco jurásico reprochando lo sucedido a Ada Colau. Más tarde llegó el numerito del periodista holandés Marcel Haenen, abandonando con cajas destempladas una rueda de prensa porque Josep Lluís Trapero contestaba lógicamente en catalán a quienes le preguntaban en ese idioma. No podía faltar el tradicional espectáculo de la CUP, anunciando su boicot a la manifestación unitaria si acudía Felipe VI. Añadamos las interesadas informaciones sobre la vinculación de Younes Abouyaaqoub con la ANC, y la posible pertenencia del héroe de Cambrils a la Legión. También se cubrieron de gloria los responsables de la portada de ABC, cuando anunciaron la caída del último terrorista a manos de los Mossos con una foto de Zoido, el ministro que anunció prematuramente la desarticulación de la célula yihadista. El colmo ha llegado con el bochornoso cruce de reproches entre los sindicatos de los diversos cuerpos policiales. Y así, aportando cada uno su granito de arena, hemos vuelto a percibir el inconfundible hedor del todos contra todos. Regresamos al fondo del laberinto. Enhorabuena a los instigadores.

No es la primera vez que políticos y periodistas destrozan en unas pocas horas el sueño de una sociedad cohesionada en torno a una tragedia terrorista. Recordemos la obsesión de los partidos y medios madrileños por identificar la lucha contra ETA con la defensa de “esta” constitución, un error (no sé si torpe o malintencionado) que dificultaba la unidad de los demócratas. La matanza del 11M tampoco se salvó de la polémica, inmerso en una ciénaga de mentiras gubernamentales y teorías de la conspiración, que incluso terminaron dividiendo a las propias asociaciones de víctimas.

Afortunadamente, en este último atentado, la eficaz y contundente reacción de los Mossos d’Esquadra ha servido para crear un símbolo en el que entrelazar desideologizadamente nuestros sentimientos colectivos. Vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento a los agentes por su valentía y profesionalidad. Sin embargo, esta satisfacción no debe degenerar en autocomplacencia. ¿Acaso deberíamos celebrar que durante seis meses nadie detectara a un comando de doce yihadistas, preparando un atentado bajo el liderazgo de un imán radical fichado por la policía belga y que ya había pasado por prisiones españolas, que utilizaban un chalet ocupado ilegalmente, donde se acumulaban y fabricaban cantidades industriales de material altamente explosivo? Sólo la torpeza de los terroristas ha impedido una masacre de proporciones inimaginables. Para colmo, después del horror, volvemos a echarnos los trastos a la cabeza, cronificando la descoordinación que limita nuestra capacidad preventiva. Señores de Madrid y Barcelona: nuestra seguridad no puede depender de que ustedes se lleven mejor o peor. ¿No tinc por? Con estos gobernantes, deberíamos tenerlo.

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