Mannequin Challenge

Publicado en el Diari de Tarragona el 4 de diciembre de 2016


La apertura de internet al gran público ha marcado un hito en la historia de la civilización (acceso a información ilimitada, relativización de las barreras físicas, flujo imparable de conocimientos, contacto inmediato y global) que ha conllevado también algunos efectos colaterales más cuestionables, entre los que destaca la capacidad de cualquier parida para provocar instantáneamente una epidemia virtual a nivel planetario. Al igual que sucediera en su día con el Harlem Shake, la nueva moda se está viralizando a una velocidad de vértigo, hasta invadir incluso la mismísima Casa Blanca durante la última entrega de Medallas de la Libertad (unas imágenes que refrendan la decadencia interpretativa del gran Robert de Niro, incapaz ya de disimular su manifiesta incomodidad por verse forzado a parecer un maniquí).

Por si usted es el único terráqueo que aún no sabe qué es un Mannequin Challenge, intentaré explicarlo de forma sencilla: se trata de colgar en la red un vídeo en el que una o varias personas se quedan completamente quietas. Punto. Aunque todo empezó como un divertimento en un instituto norteamericano hace apenas un mes, actualmente ya pueden encontrarse decenas de miles de versiones en YouTube. Las que gozan de mayor difusión comparten un factor común: un personaje con relevancia pública, que se limita a aparecer en nuestras pantallas mientras no hace absolutamente nada. Puede que se trate de un fenómeno viral, pero ¿nuevo? Rajoy lleva haciendo exactamente lo mismo desde hace cinco años.

Si queremos ser justos, convendría establecer una clara diferenciación entre lo hecho y lo no hecho por el gobierno popular. En el primer capítulo, ciertamente limitado, encontramos algunos de sus más grandes errores: la LOMCE (una norma que no convenció a nadie, perpetrada por el ministro Wert antes de escapar a su lujoso y subvencionado nido de amor en París), la ley mordaza (una regulación criticada unánimemente por las asociaciones internacionales que velan por los derechos y libertades individuales), la amnistía fiscal (una medida llena de sombras que ha indignado a las clases trabajadoras azotadas por la crisis), etc.

El capítulo relativo a la gobernanza por omisión es mucho más prolífico, un fenómeno inédito tratándose de un ejecutivo que disfrutó durante cuatro años de un poder omnímodo. Aquí también encontramos enormes desaciertos: no se hizo nada por atenuar el emergente descontento catalán (la sordera monclovita convirtió el antiguamente marginal independentismo en un movimiento de masas), no se luchó enérgicamente contra la corrupción (la estrategia de ocultamiento y protección ante casos flagrantes fue la norma habitual), no se aprovechó la crítica coyuntura económica para acometer la racionalización del elefantiásico aparato público (el gobierno siguió abrevando al monstruo a costa de ahogar fiscalmente al moribundo sector privado), etc.

Teniendo en cuenta que incluso los relojes parados marcan la hora correcta dos veces al día, el apartado Mannequin Challenge de Rajoy incluye también los dos grandes aciertos de la décima legislatura: por un lado, el gobierno no solicitó el rescate de España, tal y como hicieron algunos de nuestros vecinos (aunque tuviera que aprobarse un falso préstamo a la banca, reconocido posteriormente como un rescate ruinoso), y por otro, el presidente no suspendió la autonomía catalana, de acuerdo con el artículo 155 CE, en contra de la opinión defendida por los sectores más radicales de la derecha española. Ambas omisiones se han confirmado oportunas con el paso del tiempo.

En cualquier caso, todo esto ya es historia. La mayoría absoluta se la llevó el viento de las urnas, y es probable que ningún partido la recupere durante décadas. Quedaron atrás las soleadas mañanas en la terraza de la Moncloa, leyendo el Marca con un Cohiba entre los labios. El Congreso ha dejado de ser ese bello edificio al que acudía el presidente para ser aplaudido por los suyos (so pena de destierro en las listas) como consecuencia de una disciplina de partido que convierte las Cortes en un teatro de marionetas durante las mayorías absolutas. A partir de ahora, todo parece indicar que la Carrera de San Jerónimo volverá a asumir la función de control gubernamental consustancial a un régimen de separación de poderes efectiva.

Esta misma semana la Cámara Baja ha aprobado diversas mociones no vinculantes que instan al ejecutivo a derogar parte del legado normativo heredado del rodillo popular. Pese a que Rajoy ha declarado legítimamente que sólo cumplirá las resoluciones de carácter obligatorio, la Constitución no sólo otorga a las Cortes la capacidad para aprobar o rechazar los proyectos de ley emanados del gobierno, sino también la iniciativa legislativa según el artículo 87.1. Aunque el ejecutivo puede paralizar esta tramitación si conlleva una desviación presupuestaria (art. 126.2 RC), la Mesa de la cámara tiene el poder de levantar este veto si lo considera manifiestamente infundado, una potestad avalada por la STC 242/2006. Es cierto que PP y Cs controlan este órgano, pero el TC viene realizando una interpretación extensiva del recurso de amparo frente a este tipo de decisiones desde la STC 161/1988 en relación con el art. 23.2 CE.

Como consecuencia de este trabalenguas legal, no es descartable que la oposición pueda legislar conjuntamente en contra del criterio del gobierno, aunque es dudoso que los socialistas se arriesguen a un adelanto electoral con la casa aún sin barrer. Teniendo en cuenta que la iniciativa legislativa sólo exige la firma del portavoz de un grupo parlamentario, apuesto a que Podemos utilizará esta poderosa herramienta para poner al PSOE entre la espada y la pared, obligándole a optar entre la desestabilización del ejecutivo o el respaldo pasivo a la normativa popular. Los conservadores van a sufrir durante los próximos meses, pero es posible que los socialistas lo pasen aún peor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota