Rita, la cantaora

Publicado en el Diari de Tarragona el 18 de septiembre de 2016


Tras varios meses de incertidumbre, el Tribunal Supremo ha abierto esta semana la esperada causa penal contra una de las dirigentes más influyentes del PP durante el último cuarto de siglo. La faraona del Turia va a ser investigada por el presunto blanqueo de unos fondos recaudados irregularmente para financiar las arcas populares, o lo que es lo mismo, para dopar electoralmente a su formación con el objetivo de convertirse en la alcaldesa crónica de Valencia. Como era de prever, la estrecha vinculación existente entre su actual posición institucional y su futura posición jurídica ha convertido este incidente en un episodio valleinclanesco que debería deprimir a quien aún espere encontrar algo de dignidad en nuestro sistema político.

Efectivamente, la pródiga generosidad con que nuestro ordenamiento reparte privilegios procesales entre la clase política suele favorecer que nuestros representantes en las Cortes se agarren a su escaño como un pulpo abisal. ¿Se acuerdan de Pedro Gómez de la Serna? Es cierto que el aforamiento conlleva también una limitación para el afectado, puesto que el sometimiento directo ante el Tribunal Supremo reduce también el número de instancias judiciales ante las que puede recurrirse una sentencia adversa. Sin embargo, la experiencia demuestra que la epidermis de un diputado o senador citado ante los tribunales sólo puede ser separada del tapizado que recubre su sillón con la intervención de un cirujano titulado, preferiblemente armado con un bisturí de acero valyrio. Por algo será.

Según parece, la cúpula de Génova soñaba con una renuncia voluntaria y doble de Rita Barberá: por un lado, a la militancia popular, y por otro, a su condición de senadora autonómica. Pero los sueños, sueños son. La dirigente actualmente bajo sospecha ha accedido a la primera solicitud sin poner demasiadas trabas, pero en un contexto institucional carente de sentido del ridículo como el que padecemos era previsible que se negaría a renunciar a su privilegio senatorial, aunque ello significase poner en evidencia una utilización interesada y torticera de una de las más altas representaciones políticas del país.

La feroz obsesión de Rita Barberá por conservar su acta en la Cámara Alta no parece deberse a motivaciones crematísticas (tiene la vida más que solucionada) sino a dos factores directamente vinculados al aforamiento. Por un lado, la exalcaldesa está convencida de que podrá defenderse mejor ante el Tribunal Supremo, puesto que si fuera procesada en Valencia compartiría banquillo con una serie de colaboradores actualmente hostiles que previsiblemente le atribuirán la responsabilidad de todo lo sucedido. Por otro lado, le aterra la posibilidad de convertirse en la diana de sus propios vecinos en un paseíllo histórico camino del juzgado, sufriendo el reproche directo de una ciudadanía irritada y profundamente defraudada con quien fuera su indiscutible referente municipal durante décadas. No es difícil imaginar una marea de valencianos concentrados frente a la entrada del tribunal para llamarle de todo menos guapa.

En cualquier caso, aunque el laberinto y las triquiñuelas de este personaje triste y lamentable pueden resultar más o menos entretenidas, lo verdaderamente relevante son los posibles efectos que esta situación puede provocar a nivel político. El disciplinado ejército mediático conservador intenta relativizar la gravedad de este escándalo difuminándolo en la ciénaga de corrupción en la que parece flotar como un caso más, especialmente tras la casualmente oportuna reactivación del caso de los ERE andaluces. Sin embargo, el empecinamiento demostrado por la “alcaldesa de España” (así bautizada en su día por el propio Mariano Rajoy) puede tener consecuencias especialmente trascendentes por el momento político en que se ha producido: semanas antes de los comicios vascos y gallegos, a escasos meses de unas posibles nuevas elecciones generales, y justo después de firmarse el pacto anticorrupción PP-Ciudadanos. Precisamente por su especial vinculación con este acuerdo, merece la pena analizar las reacciones de estas dos formaciones que recientemente han intentado formar gobierno en España. 

Por un lado, el partido de Albert Rivera no ha tardado en rasgarse públicamente las vestiduras ante la tibia reacción popular al conocerse las noticias que llegaban del Tribunal Supremo. Sin embargo, otras declaraciones de esta misma formación sugerían que se daban por satisfechos con la marcha de Rita Barberá al grupo mixto del Senado. La actitud que últimamente muestra Ciudadanos en sus conflictos con los populares, entre espasmódica y esquizofrénica, sólo puede explicarse atendiendo a la compleja e incómoda posición electoral de este joven partido: desean evitar a toda costa unos terceros comicios donde indudablemente perderían escaños (por lo que deben contemporizar con el PP para mantener abiertas las líneas de comunicación) pero al mismo tiempo se ven obligados a marcar distancias frente a su rival natural ante la mera posibilidad de que se convoquen nuevas elecciones (por lo que deben mostrarse combativos ante los escándalos populares). Un verdadero papelón.

Por su parte, el PP ha intentado dar por zanjada la polémica expulsando a su protagonista del grupo popular en el Senado, amparándose en que el partido no puede retirarle el acta porque tiene carácter personal. Así es, efectivamente, pero Mariano Rajoy pudo exigir la dimisión a Rita Barberá de forma pública y contundente. ¿Por qué no lo hizo? Supongo que el registrador pontevedrés es consciente, tal y como demostró inicialmente con Luis Bárcenas, de que conviene no volar los puentes con quien sabe demasiado y puede tirar de la manta. Dicho de otro modo, se pretende evitar que la exalcaldesa se convierta en “Rita la cantaora”, si me permiten la expresión que se ha popularizado en las redes sociales. Génova lo tendrá complicado para aparentar una lucha decidida contra la corrupción y conservar al mismo tiempo la lealtad de la lideresa levantina. ¿Será Rajoy capaz de combinar ambos objetivos? Rita, sé fuerte.

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