El tocino y la velocidad


Publicado en el Diari de Tarragona el 5 de agosto de 2012


El pasado domingo 22 de julio, un alto dirigente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular, Ángel Carromero, conducía un vehículo de alquiler por una carretera cubana en compañía del político democristiano sueco Jens Aron Modig, y los opositores isleños Oswaldo Payá y Harold Cepera. Como todos sabemos, el coche se salió de la calzada con gran virulencia y chocó contra un árbol, causando la muerte instantánea de los dos pasajeros autóctonos. El dramático accidente, además de descabezar una importante facción del movimiento opositor en la isla, puso de manifiesto un encuentro anticastrista con evidentes conexiones internacionales, y todas las partes implicadas (tanto el régimen de La Habana como los propios movimientos antigubernamentales) han intentado utilizar el trágico incidente en su propio beneficio.

Nada más conocerse la noticia, algunas voces destacadas del anticastrismo (empezando por la propia familia de Payá) denunciaron un complot de la dictadura comunista para acabar con la vida del líder opositor. Con el paso de los días, esta hipótesis parece perder fuerza a marchas forzadas, teniendo en cuenta que el análisis del accidente y los testimonios de los dos supervivientes coinciden en señalar el carácter fortuito del choque. Por su parte, el gobierno cubano ha aprovechado el asunto para humillar públicamente a los dos jóvenes políticos europeos, obligándoles a reconocer que acudieron a Cuba con el fin de financiar ilegalmente y asesorar a los movimientos democristianos locales, infringiendo así los términos en los que se les permitió entrar en el país. Asimismo, el régimen planea abiertamente iniciar un juicio ejemplarizante por doble homicidio imprudente contra el conductor español, quien podría enfrentarse a una pena de entre diez y quince años de reclusión en una de las poco recomendables prisiones del lugar. El vídeo que se ha difundido de Ángel Carromero, implorando con gesto de terror que le saquen inmediatamente de la isla, nos ofrece una imagen certera de los pensamientos que presumiblemente alberga el dirigente popular en estos difíciles momentos.

Por si fuera poco, ha trascendido que el vicesecretario de la Nuevas Generaciones de Madrid pertenece al sector más beligerante con el régimen cubano en el seno del Partido Popular (José María Aznar, Esperanza Aguirre…), en contraposición a otras facciones más partidarias de tender puentes con el país caribeño (pensemos en la pública amistad que unía a Fidel Castro y Manuel Fraga). Además, los cargos que se imputan al dirigente popular nada tienen que ver con cuestiones políticas, de modo que la apelación a la presión internacional se antoja muy complicada. Para colmo, estamos hablando de someter al imperio judicial de una dictadura a un activista opositor manifiesto, y ya sabemos todos las garantías legales que suelen ofrecer los regímenes militares a sus enemigos públicos. Si unimos todas estas piezas, no es de extrañar que Carromero apenas pegue ojo en su celda cubana: los hermanos Castro han atrapado una pieza mayor, y no la van a dejar escapar así como así.

Asumiendo todo lo dicho, el espectáculo que están dando determinados medios de comunicación españoles sobre este particular comienza a resultar un tanto circense. Esta semana han sido varios los periódicos conservadores de la capital que han dedicado sus páginas a glosar una imagen angelical del político encarcelado. “Carromero, un defensor de la libertad”, titulaba un conocido diario monárquico uno de sus últimos reportajes, añadiendo comentarios de su círculo de amistades que lo consideran “la prudencia personificada a los mandos de un coche”. Parece evidente que el complejo periodístico que algunos llamaron en su día la “Brunete mediática” ha activado su maquinaria propagandística para convertir al dirigente popular en la pobre víctima de un régimen execrable. No seré yo quien defienda a una dictadura militar sanguinaria que ha silenciado violentamente la voz de millones de cubanos, pero el sentido común y la experiencia nos demuestran que la culpabilidad del juzgador no conlleva necesariamente la inocencia del juzgado.

Así, dependiendo del periódico que uno compre, podrá descubrir o no que el Fitipaldi de Génova acumuló cuarenta y dos multas de tráfico (¡cuarenta y dos!) en los últimos tres años, que ya habían supuesto la notificación oficial sobre la apertura de expediente para retirarle el carnet de conducir. Si los amigos de Carromero consideran que ese historial es compatible con ser la “prudencia personificada”, no me atrevo a imaginar qué será para ellos un loco al volante. Como botón de muestra, baste destacar que una de las últimas sanciones se aplicó por circular al doble del límite de velocidad permitido.

Nadie sabe si el accidente fue culpa suya. Nadie sabe si el vehículo fue manipulado. Nadie sabe si Ángel Carromero pudo hacer algo para evitar la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepera. Ahora bien, un simple vistazo al expediente circulatorio del dirigente popular convierte en ridículo el intento de convertir automáticamente este accidente en un complot castrista, al menos mientras no existan pruebas que lo sostengan. ¿Qué dirían esos mismos medios si el conductor hubiese sido un militante de Bildu? Tapar un historial demencial con los servicios a la causa supone confundir el tocino con la velocidad, nunca mejor dicho. Parece difícil encontrar la ética profesional de quien analiza un presunto doble homicidio primando la afinidad ideológica sobre los indicios objetivos. Eso sí que es bananero.

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